VIII

115 26 12
                                    


Tempel no había despegado el culo de la silla del escritorio que le pertenecía a un joven de cabello oscuro, el cual comenzaba a sentirse levemente molesto.

– Por favor .—pidió, con una vena a punto de salirse de su frente—. Necesito ponerme a trabajar.

Y es que Efel, además de ser el pianista de aquel pequeño pero sofisticado negocio, era el encargado de hacer el inventario. En su computadora, algo vieja ya que la poseía desde los dieciséis y le había saturado el almacenamiento al descargar en repetidas ocasiones Ledge of Legends y Overwatch, con la esperanza de hacer amigos. Los hizo, pero todos o vivían en el otro lado del mundo o eran asiáticos y no les entendía una mierda. El punto es que la necesitaba antes de la siete y pronto serían las seis.

– Déjame terminar de escribir esto .—respondió el otro, relamiéndose el labio superior como gesto de concentración.

Efel se rindió. "Perderé mi trabajo por este malparido", pensó.

¡Listo! —exclamó el castaño y Efel corrió a sentarse en su silla.

Sin embargo, de alguna manera, Tempel se las arregló para volverse a colocar en el lugar del otro y de esa manera, Efel se sentó con fuerza sobre el regazo del más alto.

– Mierda .—dijo a secas, adaptando una poker face. Tempel sonrió, rodeó con sus brazos la cintura de aquel individuo y susurró en su oído:

Trabaja.

Efel le propinó una patada en la espinilla, eso sólo hizo que Tempel lo apretara con más fuerza.

– Vamos, suéltame.

Recibió como respuesta la sonrisa tonta del cometa que pudo ver reflejada en la pantalla de la computadora.

– Tempel, quítate o voy a... —amenazó, pero no pudo pensar en nada que realmente lo afectase, hasta que llegó a su mente una diabólica idea.

– ¿A...?

– Voy a eliminar tu archivo .—contestó, mientras seleccionaba todo el texto de un click y acercaba su dedo al teclado. Tempel chilló de terror y giró la silla unos 90 grados para alejar al humano de su preciado trabajo, casi terminando ambos en el suelo.

– ¡Hijo de puta! —gritó, Efel.

– Eso es misógino.

– Lo siento .—rectificó —. ¡Maldito desgraciado! ¡Vas a hacer que me despidan!

– ¡Está bien! ¡Está bien! .—también levantó el tono de su voz—. Pero deja de gritar o Sophie tampoco podrá trabajar.

– ¡No estoy gritando!

Tempel le respondió con un gesto de "silencio" , su dedo índice sobre sus labios. Efel carecía del tiempo para cabrearse por eso, al fin y al cabo, quería convencerse de que no había sido la gran cosa, sabía lo fácil que era molestarlo.
Con la presión del tiempo corriendo, terminó el inventario en cuarenta minutos, lo envió rápidamente a su jefe y salió corriendo a vestirse. Su trabajo comenzaba a eso de las siete y media y acababa rondando la una de la mañana entre semana y los fines de semana finalizaba, con suerte, a las cuatro. Era la vida que eligió, estaba tan agotado cuando terminó el bachillerato que no tuvo la fuerza suficiente (ni las ganas) para ir a la universidad y estudiar otros mil años. Le parecía un desperdicio de vida. Tuvo la suerte de poder vivir de la música y un par de cuentas, no era millonario pero tampoco se moría de hambre y creía que el dinero estaba sobrevalorado cuando se hablaba de felicidad, porque esta última no podía comprarse.

A pesar de saberlo y vivir bajo esos principios, no había conseguido ser feliz durante años. Hasta que la felicidad le cayó del cielo, literalmente.

TempelWhere stories live. Discover now