VI

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Esta vez, se encontró pidiéndole un deseo a la Luna, como hacían los humanos de vez en cuando. Nadie entendía cómo mierda funcionaba el universo, eso estaba claro, pero ahí estaba Tempel, de pie tras la ventana de la habitación, mirando con anhelo las estrellas y a la vez sintiendo que debía alejarse de ellas cuanto antes. Correr a esconderse, tal vez, por miedo a que la gravedad lo arrastrase en su dirección.

– ¿Qué haces? —preguntó Efel— Ni se te ocurra saltar.

Tempel rió sin ganas, desconocía el sentimiento que afloraba en su corazón de hielo.

– ¿Podemos salir? —le preguntó.

– ¿A esta hora?

– Sí.

Efel frunció el ceño unos segundos, como solía hacer, y el otro temía que le salieran arrugas. Al final cedió.

– Abrígate .—le dijo.

Tempel sonrió, esta vez genuinamente. "No me hace daño el frío, idiota" pensó, pero no lo dijo, le alegró que Efel demostrase que le importaba.

Así lo hicieron, caminaron hacia la playa, no hacía mucho frío en realidad, una amena brisa marina hacia bailar las finas hebras de sus cabelleras, y movía de lado a lado las agujetas del suéter de Efel.

– Nuestros nombres no combinan .—pronunció este último—. Tempel y Efel.

– ¿Por qué deberían combinar?

Entonces el de ojos oscuros desvió la mirada, ni siquiera él lo sabía o eso pensaba.

– No, por nada .—masculló.

– Hm... Me parece que alguien quiere que seamos pareja .—se burló, con una resplandeciente expresión de alegría, codeando al que caminaba a su lado.

Efel lo golpeó imitando el gesto.

– ¡Claro que no! —gritó, con la sangre acumulada en sus mejillas— En tus sueños.

Tempel lo pensó y por un momento creyó que tenía razón. "Tempel y Efel" realmente no combinaban.

– Podríamos cambiarlo.

– ¿Qué cosa? —cuestionó, Efel.

– Mi nombre.

– Sigues con eso, te dije que no.

Le provocó una carcajada al más alto.

– Sabes que sí.

– ¿Ah sí? —sonrió, con el ceño fruncido—. ¿Y cómo te llamarías? ¿Eduardo?

Tempel levantó las cejas.

– ¿Qué hay de malo con Eduardo?

– No hay nada malo con Eduardo.

– Entonces, "Eduardo y Efel" —repuso.

– Suena bien.

– ¿Entonces admites que quieres que combinen como pareja? –dijo, con la clara intención de molestar al contrario.

Efel echó humo por las orejas, ni siquiera pudo pegarle, no sabía porqué le jodía.

– No dije eso .—se cruzó de brazos.

– Pero lo pensaste.

– ¡Qué no!

– Entonces "Eduardo y Efel" desde ahora.

Y el de cabello oscuro comenzó a reírse.

– No sabes cuando parar .—dijo entre risas—. Te voy a extrañar, imbécil.

A Tempel se le cayó el alma al piso, pero no respondió y Efel tuvo que cambiar el tema preguntándole por qué se llamaba Tempel.

– Es el nombre que me pusieron aquí en la Tierra, allá .—señaló el cielo—. No tenemos nombres. Me descubrió un tal Tempel, aunque seguramente es su apellido.

– Sí, es su apellido, no conozco a nadie que se llame igual.

– Tal vez su nombre era Eduardo.

– Ya no es gracioso .—respondió el humano, adaptando una expresión seria.

Tempel se encogió de hombros, entonces se dieron cuenta de que el mar comenzaba a alcanzarlos, la marea estaba subiendo y a Efel se le mojaron los zapatos, haciendo que maldijera y que el cometa lo rezongara. Se vieron obligados a irse, casi corriendo, de vuelta a casa.

Para cuando llegaron eran las dos y media de la madrugada, podría decirse que el día siguiente. Un joven pianista se quejaba mientras retiraba los zapatos de sus pies en la entrada del departamento, culpando a otro joven que caminaba sin problemas hacia el sofá y se echó estirado sobre el mueble.

– Hazme un lugar .—pidió Efel al llegar junto a él.

Tempel palmeó a su lado, al estar acostado, el humano dudó un poco antes de tenderse junto a él, creyó que haría incómoda la situación si lo veía como algo raro, que de hecho no lo era, pero Tempel lo ponía nervioso a veces.

Se echó junto a él, usando el brazo del otro como almohada, juntos observaron el techo en silencio como si fuese lo más interesante del planeta, secretamente disfrutando de estar así, tan cerca.
El primero en quedarse dormido fue el humano, su respiración se volvió lenta y se giró dándole la espalda al más alto, con el brazo del otro aún bajo su cabeza. Tempel había visto eso en televisión, casi por instinto, se volteó hacía él para luego envolverlo en un abrazo, uno bastante cálido que provocó que Efel se juntase inconscientemente hasta que se tocaron, quien permanecía despierto lo estrechó contra su pecho y escondió su cabeza en la curva que formaba el cuello del otro, donde percibió su perfume, no lo inhaló, sólo pudo sentirlo, como pasaba con el viento en la playa, llegó a él como un regalo de la naturaleza.
Tempel creyó, por dos o tres instantes, que estaba soñando. Había algo que le gustaba del otro, tal vez era la forma en la que sus cortas pero espesas pestañas descansaban bajo sus párpados, o como sus labios entreabiertos dejaban escapar débiles suspiros, o el lunar que acababa de descubrir en su clavícula, cerca de su pecho, tal vez eran todas esas cosas. Si lo fuesen, estaba perdido, jamás podría escapar de allí, sería arrastrado hacia él y esa sería su órbita para siempre.

– Ay, me lleva .—maldijo, terminando la oración mentalmente.

Como todo novelista que ha escrito por un tiempo intentando comprender los sentimientos humanos, Tempel entendió algo que, en principio, lo asustaba, le ponía los pelos de punta.

¿Cuánto tiempo iba a continuar negándoselo?



















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"Eres como un relámpago dentro de una botella
no puedo dejarlo ir ahora que lo tengo.
Y todo lo que necesito es ser golpeado por tu
amor eléctrico".

BØRNS. Electric Love.






Nos leemos pronto ;)
Nanebi

TempelWhere stories live. Discover now