XXVIII

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Todos habían llegado al mundo con algo de agonía en sus pechos. Aquel eco que conlleva el vacío de ser trágicamente humanos. A él nada lo habría hecho más feliz que un abrazo, hasta que el último caló hasta sus huesos como el frío de la primera nevada en el peor de los inviernos.

— ¿Por qué está aquí? Es estúpido...

— Da vergüenza estar en el mismo salón que él.

— Sus padres conocen al director.

— No se ha ganado nada en su vida.

Voces que no hacían ningún esfuerzo por murmurar, buscaban a gritos lastimarlo, podía sentir sus dientes rechinando con odio. Un atisbo de envidia que los devoraba, en un intento desesperado por salvarse de ellos mismos, apuntaban a él. Porque no pueden ver lo que está roto en ellos, porque es más sencillo condenar los males ajenos. Aun así, cobardemente aquel pedestal sintético que todos habían construido para él les impedía tocarlo.

— Ten cuidado.

— Si le dice a sus padres todo se va al carajo.

— Pero si nadie le ha hecho nada.

— A ver si esta vez llora.

Jamás se quebraría ante nadie, porque aunque era parte de su naturaleza ser frágil, era igualmente despiadado. Tuvo buenas intenciones desde un principio, pero de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Si nadie creía en él, nadie sería digno de su fé. Y si las cosas no salían como él quería, pues compraría su destino y presumiría el pan a los mendigos.

— Te odio. —la silueta en el espejo no respondió.

Pero no siempre fue así.

Llevaban varios años juntos, siempre supieron que se casarían en algún momento, no sin antes construir un imperio, y así fue. Luciana tuvo que irse por varios años a China, estudió, fracasó y se levantó mil y un veces, hasta forjar la industria más grande de biopolímeros de todo Orcinus. Por su lado, Joaquín se esmeró en conocer mucha gente importante, tuvo mucha más suerte y antes de lo que ninguno habría esperado, poseía varios contratos millonarios con distintas juntas de bienes raíces, industrias farmacéuticas y agropecuarias.
Se encontraron en Orcinus, se casaron, cumpliendo finalmente una promesa casi utópica y decidieron que era el momento de comenzar la familia con la que tanto habían soñado.

— Amor, no te preocupes, lo intentaremos de nuevo.

Ella temía que el fruto de su amor parecía reusarse a germinar en su vientre. Él también sentía miedo, pero debía ser fuerte. Y nuevamente, sus metas parecían lejanas. Años pasaron, hasta que casualmente cuando menos lo buscaron, las buenas noticias iluminaron sus rostros y pasados 9 meses, nació su único hijo, y le regalaron el mundo.

— No le faltará nada —declaró ella— No quiero que tenga que atravesar las mismas dificultades que nosotros.

— Pero tiene que aprender el valor de las cosas.

Muchos padres habrían deseado que sus hijos se convirtieran en genios, que crecieran para tener fama y dinero, éxito, méritos, y un sin fin de ideales. Luciana sólo quería que el pequeño Allan pudiese ser feliz.

— Deseo que si de grande quiere ser músico o futbolista, o reguetonero no se lo impida el miedo a no tener dinero. No quiero que tenga que preocuparse por eso y condicionar su futuro.

— Está bien, pero algunas cosas si tendrá que ganárselas.

— Bebé —abrazó a Joaquín— Las cosas más importantes siempre hay que ganárselas.

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⏰ Last updated: Mar 30, 2023 ⏰

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