22- UNA NUEVA EN EL GRUPO

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—Hola —saludé. Ellas continuaron en silencio, mirándome, y lograron que me sintiera más nerviosa—. Hola, eh... yo quería saber si alguien puede darme más información del taller...

—¿Escribes?

La manera tan abrupta en que me interrumpieron me hizo parpadear varias veces.

—¿Disculpa?

—Que si eres escritora. —Miré a quien había hablado y me encontré con una mujer que observaba mi mochila con curiosidad—. ¿Por qué te interesa el taller?

—Eh, sí. Digo, estoy escribiendo algo justo ahora, pero aún me falta mucho por aprender y...

—¿Cómo te llamas? —interrumpió alguien más. No me dejaban terminar ni una oración completa.

Esta vez no alcancé a distinguir quién había hablado.

—Lucette.

—Bien, Lucette, ¿por qué no te acercas? Justo ahora no está la encargada, pero no debería tardar en volver.

Me removí incómoda sobre mis pies al escuchar su ofrecimiento.

—Yo no sé si... No creo que...

—Anda, ¡vamos! Estamos aquí intentando decidir qué libro leeremos esta semana —interrumpió una voz diferente a las anteriores—. ¿Te apuntas? A Sally le hará mucha ilusión ver que alguien más se ha unido al grupo.

—¿Sally?

—La dueña.

Miré hacia la puerta tras de mí y pensé en marcharme. Me sentía incómoda, fuera de lugar, aunque no me atacaban ni miraban de mal modo. Eran mis miedos de siempre —de no agradarle a la gente, de que no les gustara la persona que era yo— los que me impulsaban a huir y volver a lo mismo de siempre: mi familiar confinamiento y mi cómoda soledad.

«Poco a poco vas avanzando, Lucette, no retrocedas ahora.»

Di un tentativo paso hacia adelante y vi varias sonrisas formarse. Me di cuenta de que en verdad les agradaba la idea de tener a otra chica y que no decían aquello solo por cortesía. Parecían agradables. Solo esperaba que pensaran lo mismo de mí.

Me quedé el resto de la tarde con ellas. Resultaron ser un club de lectura que se reunía cada jueves en la tarde. Eran todas ellas graciosas y me hicieron sentir bienvenida. Se presentaron una por una antes de hacerlo yo, y me di cuenta de que eran todas muy diferentes. La más chica —Naira— era una pelirroja de diecinueve años que recién había entrado a la universidad. Las demás iban entre los veinte y los treintaicinco, pero todas se llevaban de maravilla. Había una chica divorciada con solo veintiún años, una modelo guapísima —Kara— que estaba estudiando su segunda carrera, unas mellizas de veinticinco, y por último, Sally, la dueña del local.

Tenían personalidades muy diferentes, lo noté, pero eran geniales. Era gracioso ver cómo debatían cuando no estaban de acuerdo sobre algún punto, siempre respetándose, aunque en más de una ocasión vi a Kara poner los ojos en blanco, exasperada, y a Sally tener que llamar al orden cuando las voces comenzaban a elevarse mucho. Naira, al igual que yo, observaba más que participaba, escuchaba las opiniones con la cabeza baja. De vez en cuando intercambiábamos una sonrisa cómplice, divertidas por lo que decían las demás.

Por primera vez en mucho tiempo sentí que pertenecía a un lugar. Sentí que encajaba y me aceptaban sin tener que modificar nada en mi forma de ser. Por primera vez encontré que con ser yo bastaba, y esa sensación de suficiencia me infló el pecho hasta que sentí que iba a explotar de felicidad.

—Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Jane Austen?

—Nunca he leído nada de ella —admití en voz baja. Tres de las cinco mujeres me miraron como si me hubiera salido un tercer ojo.

Siempre has sido tú ✔ (EN LIBRERÍAS)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ