XIV; Cubiculum

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Lexa se sentía mal. Muy mal.

Clarke le había hablado hacía unos días sobre muertes importantes, pero no le había dicho quiénes eran hasta ese día. No podía dormir sabiendo que Ivyanna le decía mamá, cuando fue ella la que la arrebató de su madre. Y peor aún, la había matado.
Los recuerdos de aquella noche estaban muy frescos en su mente, y cada vez que cerraba los ojos podía imaginar los ojos de Ivyanna llenándose de lágrimas.

-Clarke, por favor, dime que es mentira. -suplicó Lexa susurrando. La Luna reflejaba en lo alto, guiando a más de uno con su luz mientras Clarke se encontraba en la habitación de Lexa, dándole la peor noticia del día.

Ese mismo día había sido nombrada Comandante nuevamente y todo el día había ido normal. Su primer encargo había sido construir un altar en Polis para las víctimas de A.L.I.E, donde los familiares y amigos de los fallecidos podrían dejar ofrendas, cartas quien sabía escribir, dibujos en caso de los niños o simplemente escribir su nombre para honrarlo. Un par de arquitectos terrestres idearon una pequeña y preciosa cúpula, con su casquete y linterna de cristal y columnas de piedra blanca. Algo que a Lexa no le gustaba nada era que cada día se sumaban nuevos nombres en el altar. Tantas personas inocentes que habían perdido su vida sólo por querer tranquilidad hacía que Lexa se sintiese enferma, cosa que reprimía debido a que era comandante nuevamente. No podía permitir verse débil. Además, tampoco era el momento indicado porque algunos ciudadanos no se tomaban bien su regreso. Había pensando en buscar a Nyko, su curandero de confianza, o incluso a la doctora Griffin. Ahora que Clarke le había largado la noticia se sentía mucho peor.

-Aunque me gustaría decirte que es falso, estaría mintiendo -admitió Clarke. En ese momento ya se habían olvidado de cualquier tipo de profesionalismo-. Los padres de Ivyanna murieron.

Lexa comenzó a rascarse el cuello con nerviosismo. ¿Cómo le explicaba a una niña que sus padres no iban a estar más?

-Pero esa no la peor parte. -siguió Clarke con poca voz.

«Qué bonita forma de mostrar apoyo», pensó Lexa.

-¿Qué es lo peor? -preguntó sin saber qué esperar.

-Tú los mataste.

Abrió los ojos, asombrada y horrorizada por la revelación. Tuvo que hacer mucho esfuerzo para no caerse. Había matado a los padres de la niña que le pedía un abrazo antes de dormir y le daba los buenos días con un beso en la mejilla. Era un monstruo.

-En Ciudad Luz, cuando tú fuiste a salvarme y estoy agradecida por eso -aclaró Clarke, aunque le costaba hablar-, unos de los que estaban por matarme eran el padre y la madre de Ivyanna. A.L.I.E sabía todo sobre Vinie y su relación contigo, lo planeó todo. Si yo los mataba milagrosamente, la culpa caerían en mí. Pero llegaste tú, algo que no estaba previsto, y le cambiaste los planes. Aunque a la muy zorra le salieron bien con respecto a eso. Hay cosas muy raras, Lexa.

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