I; Ivyanna

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Titus había tardado cinco años en encontrar el siguiente grupo de Natblidas. Los padres de estos, al saber que su hijo o hija portaba sangre nocturna, habían optado por esconderlos cuando el Flamekeeper los buscaba.
Titus tardó un tiempo, pero finalmente descubrió el truco que utilizaban para esconderlos; en cada clan, los metían en un pequeño cuarto debajo de la tierra y los mantenían ahí hasta que sea seguro para ellos salir.
La comandante se había enfadado al saber lo que hacían los padres e informó a todos los clanes que si eso volvía a ocurrir se castigaría con la muerte. Por una parte, entendía que lo padres no quisieran que sus hijos tengan un destino trágico muriendo en el cónclave, pero ese era su destino, y nada podía cambiarlo.
Era de madrugada en Polis cuando Titus llegó con diez novicios.
Fue recibido por la comandante, quién estaba parada frente a la torre de Polis con sus brazos en la espalda.

Reshop, Heda [Buenas noches, comandante]—saludó Titus. La comandante solo se limitó a saludar con un leve asentimiento de cabeza. Lexa se había convertido en una persona fría e inexpresiva desde la muerte de Costia, quien era su pareja, el año anterior. Titus no la culpaba, sabía del fuerte vínculo que tenían ambas y lo traumante que fue para Lexa encontrarse con la cabeza de su compañera servida en una bandeja sobre su cama.

Reshop, Heda— dijeron los niños a coro con miedo en su voz.

Sean bienvenidos a Polis, su hogar de ahora en adelante. Se les enseñará a luchar como guerreros expertos, a saber cuándo actuar, a liderar, a utilizar cada porcentaje de su cerebro.
Ahora deberán descansar, pero mañana a primera hora estarán despiertos y listos para comenzar a entrenar. Pueden retirarse.

Sha, Heda [Sí, comandante]— respondieron todos los niños y entraron en la Torre de Polis. Las habitaciones de los Natblidas estaban un piso más abajo que la habitación del comandante.

Lexa vio a una niña pequeña sollozando en un rincón alejado de donde se encontraba. Titus rodó los ojos e iba a gritarle a la niña, pero la comandante lo paró levantando su mano.

—Entra, Titus. Yo me encargo.

El Flamekeeper obedeció luego y dio un asentimiento con la cabeza. No iba a desafiar a la comandante.

Lexa se acercó a la pequeña que sollozaba y se puso a su altura. Tenía cabello color castaño, un poco más claro que el de ella.
No debía tener más de cuatro años, siendo una de las Natblidas más jóvenes.

Hola...— saludó y la pequeña la miró. Tenía unos ojos entre verde y azul. Una hermosa mezcla de colores, según Lexa.—No te haré daño, ¿Tienes miedo?

Si...— le respondió la pequeña alejándose un poco. Su voz era dulce, como Lexa esperaba para una niña de su edad— Me separaron de mi mamá y soy muy pequeña para esto.— Terminó la niña y rompió en llanto de nuevo.

Lexa suspiró y le acomodó unos cabellos a la niña. Le recordaba cuando ella misma llegó a Polis. También había sido una de la más pequeña de los diez Natblidas, la más asustada, la más tímida. Pero eso no le impidió perfeccionarse y convertirse en una muy buena guerrera, la cual luego se convirtió en comandante.

—¿Puedo contarte un secreto?— preguntó a lo que la pequeña asintió, dejando de llorar.— Yo también tenía miedo cuando llegué a Polis. También fui una de lasa más pequeñas, al igual que tú. Pero ¡Mírame ahora! Soy la comandante, mi edad no me impidió ganar en el cónclave.— la niña largó una pequeña risa, risa que hizo sonreír a Lexa desde hacía mucho tiempo.
¿Qué le estaba pasando?

—¿Cómo superaste tu miedo?— se animó a preguntar la pequeña Natblida.

Tuve una amiga, una maravillosa persona. Era un par de años mayor que yo y siempre me ayudaba— sonrió tristemente al recordar—. Su nombre era Costia, gracias a ella yo pude pasar mi larga estadía en Polis.

Our Little Natblida Where stories live. Discover now