capítulo treinta y cinco

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EVAN

Tú puedes hacerlo. Puedes hacerlo Evan.

El espejo me da la bienvenida del reflejo de mis ojos, una marea agitada, inundada de nervios e inseguridades que se presentan antes de plantar frente a la manada.

Susurro de nuevo el discurso que he estado preparando desde hace noches, recordando cada palabra y coma a la perfección. Intento ahuyentar el ruido de las conversaciones y la música, para atraerme a un mundo de silencio y paz.

El momento solitario y de relajación no dura tanto como lo había previsto, ya que la puerta que estaba con seguro y me protegía en mi mundo, es pateada y abierta en un segundo, atrayéndome de nuevo a la realidad y a las paredes del baño.

Sin aún haber abierto mis ojos, reconozco quién está detrás de mí con tan solo su aroma, uno de cerezas que siempre me habían cautivado, pero que en este momento no revoloteaba nada en mí. Era un simple aroma igual a los demás, sin causar nada nuevo ni especial en mi sistema, sin crear un mundo de sensaciones, porque ese aroma no era el de ella. No era el de la castaña que había estado evitando, que había cometido mil errores con ella. Porque esa fragancia no provocaba nada, no era como el de la humana, que ahora me hipnotizaba y me deleitaba, haciéndome suspirar, drogándome y llevándome a otro lugar donde solo estamos ella y yo.

Sheryl y yo.

—  Está loca, Evan —expresa en un tono algo exasperada —. Solo mira lo que le hizo a mi vestido. ¿Qué tiene ella contra mí?

Suspire, mientras la veía por el espejo.

— Primero que todo, bienvenida a mi casa. Segundo, yo veo en perfecto estado tu vestido —hablo viéndole el azul de su vestimenta, solo se lograba ver una parte más oscura en la zona de su escote, pero pasaba desapercibida.

Ella hace un mohín, algo insultada.

— Y tercero y más importante, ¿de quién estás hablando? —interrogué, aunque tenía una leve sospecha de quien había sido la causante de su ahora rabieta.

— ¿Quién más va a hacer? —brama—. La humana, que por lo que veo tiene un don innato para la torpeza —hace una pausa, mientras se acerca hacia mí.

Su tono de referirse hacia ella provoca un cierto enojo en mí que intento opacar.

— Mírame, Evan —se señala —. Vertió su copa encima mío, he estado limpiando la mancha, pero su intención es la que cuenta.

¿Qué has hecho Sheryl? Y sonrío a lo bajo divertido, pero lo intento disimular.

¿Qué has provocado?

— Claire, no hables de ella así, es mi mate y tiene nombre —apunto—. Además, ¿Cómo estas tan segura que lo hizo con mala intención? —agrego, volteándome hacia ella.

Ella entrecierra los ojos hacia mí mientras detiene sus pasos que se venían acercando.

— Lo dudas tan si quiera, dudas de mis palabras —responde indignada.

Me recuesto al lavado, cruzándome de brazos.

— Nunca he dudado de ti y lo sabes —respondo—. Pero esta vez es distinta... Quizás solo fue un accidente, a todos nos pasa.

— ¿Un accidente? —burla—. ¿Y por qué de todos los invitados en la fiesta solo a mí me manchó el vestido? ¿Piensas qué no conozco sus intenciones?

Suspiro, mientras me toco el puente de la nariz.

— No hables así de ella —corto—. Además no tenemos a Sheryl aquí con nosotros para que de su veredicto de la historia.

La mate del AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora