capítulo veintidos

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                                      SHERYL

—¿Azul o blanco?

—Amarillo, hermosa.

—Pero si no he dicho ese color—se queja la morena.

—Pero a mi me gusta el amarillo, lindura—concluye en risas el crespo.

Milagrosamente, como si de una una estrella fugaz se tratara, no nos encontrábamos en la casa Aksenoff ni en su jardín, sino más bien nos encontrábamos en el pueblo.

¿Qué estábamos haciendo aquí?

No tenía ni la menor idea. Pero todo esto se le ocurrió a Derrick, que según él, le caímos bien y que éramos geniales, aunque un poco amargadas -indirectas para mi-. A palabras de él se le ideó el plan cuando estaba tomando una ducha. Como yo soy la nueva Media y la mate de su primo tenía el derecho en darme un paseo. Sinceramente para mi estaba bien, no había deseado otra cosa que salir de aquellas paredes y aquí estábamos en una tienda glamorosa con Mariangel, probándose todo lo que encuentre a la mano.

Aún no me cabe en la cabeza como Deck convenció a Evan de dejarnos traer aquí, pero creo que tendré que interrogarlo más tarde para ir aprendiendo sus trucos. No me puedo imaginar a Aksenoff dando de buen modo el permiso para poder salir.

Aunque estábamos con Derrick, puedo decir que el oji-azul no le tiene mucha confianza a su primo o quizás a nosotras, porque mando a Noha a ir con nosotros.

—¿No vas probarte nada, caperucita?—pregunta el rubio detrás mío.

—No es mi estilo, lobito.

En parte era cierto, esta ropa en la tienda era de muchos vestidos elegantes con colores llamativos y sobresalientes. Yo no era así, me gustaba más andar con jeans y una blusa holgada, abrigos y chaquetas; todo con colores más neutros, blanco y negro, no era muy colorida. Si me gustaba ponerme uno que otro vestido, pero más al estilo veraniego, y algunas enaguas sencillas pero no me gustaba andar muy glamorosa, ese más bien era el estilo de la azabache.

—Pues que lastima, porque te vendría muy bien uno de estos vestidos—señala hacia una sección de vestidos despampanantes y algo escotados.

—No gracias, aparte—cambio de tema—. ¿Cómo mierda podría cotizar algo así, si ni siquiera traigo mi cartera encima?—levanto una ceja, desafiante, mirándolo por detrás de mis hombros.

—Evan nos dio sus tarjetas—levanta su billetera divertido—. Apuesto que le encantaría verte con uno de esos vestidos.

Frunzo la nariz.

—No tocaré su mugriento dinero. 

Al decir yo esto, el muy descarado se echa una ligera risa que se convierte en una sonrisa ladeada.

—¿Por qué no, caperucita?

—Porque no soy una dama en apuros que ocupa de su miseria o lastima y en este caso, dinero—objeto cruzándome de brazos.

—¿Entonces no te comprarás nada?—interroga más serio.

—No—miro de reojo a Mariangel probándose otro vestido, esta vez junto a un espantoso sombrero—. ¿Sorprendido, lobito?

—Mucho—responde sin titubear—. Pero creo que al menos una capa roja te caería bien.

Inevitablemente, sonrió por su comentario.

La mate del AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora