capítulo treinta y uno

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Maratón 2/3


          Evan

El parloteo de Derrick era el único sonido irritante dentro del coche. La radio se encontraba apagada y viéndose cansada por no ser prendida. Los rayos de la tarde alumbraban a buena fe nuestro corto camino, alejándonos del pueblo.

Sheryl se encontraba a mi lado, con su pie marcando un ritmo de música que solo se producía en su cabeza y oía imaginariamente en sus oídos. Sus cabellos castaños caían despreocupadamente en su rostro suave, y sus labios estaban algo morados por haber estado afuera más tiempo de lo previsto para su cuerpo. Sus ojos entrecerrados se concentraban en el paisaje frente a ella, mientras mordía su labio ligeramente, con sutileza, esa, era una manía que había observado que hacía sin darse cuenta, de manera inconsciente.

Mi primo charlaba animadamente con mi madre en los asientos de atrás. En primer lugar le había dicho a ella que se sentara en el asiento a mi lado, pero había insistido en ir atrás, supuestamente por la compañía del crespo, pero su sonrisa escondida que quería salir a flote, demostraba sus intenciones, y esas eran de vernos a Sheryl y a mí juntos.

Íbamos de camino a la casa que mis padres habían comprado hace poco, un meses antes de ser proclamado como Alfa. No habían querido quedarse en la mansión Aksenoff, habían decido retirarse ellos solos un poco lejos de la manada. Para vivir una segunda luna de miel, según decía mi progenitora.

Después del acto de la rabieta de mi padre como un niño de 5 años, tenía la obligación de llevar a mi madre a su hogar, no la podía dejar en el parque solo en una silla de ruedas. Sé que si hubiera querido, le hubiera dicho a Deck que la llevara él, y continuar mi paseo con la castaña, pero no podía hacerlo. Sentía que si podía debía hacer todo lo posible por ella.

Ante este pensamiento, recuerdo lo que tuvo que pasar después del trágico accidente que había marcado la familia. A parte de la pérdida de una hija, la niña de sus ojos, también tuvo que cargar con el peso de no volver a sentir sus piernas, a no poder usarlas, y con ello también el no poder convertirse en un lobo nunca más en su vida.

Eso era un sentimiento que no le desearía a ningún licántropo, ni al más odioso de todos. Como hombres lobos, está en nuestra naturaleza dejar escapar el lobo que llevamos por dentro, ese que nos pide a gritos ser libre y corretear por las montañas. Pero mi madre ya no podía volver a sentir el aire en su rostro pegarle a gran velocidad, moviendo su pelaje blanco entre las ramas de los árboles. Ya no podía, debía dejar atrás su naturaleza animal, esa que tenía que suprimir de ese tiempo en adelante.

También había estaba el echo del estrés pos-traumático que sufrió, cómo había dicho el doctor.

Mi madre tuvo un enorme trauma con los coches después del salir del hospital. En los primeros meses, no podía ni siquiera sentarse en un asiento, aunque el motor estuviera apagado. Tampoco imaginarse manejando tranquilamente. Tuvimos que llevar todos como familia una gran responsabilidad, incluyendo a Noha y a Derrick, para devolver un poco de normalidad a esa azabache que había perdido en esos fúnebres tiempos, esa sonrisa suave y cálida que llevaba con ella, que era parte de sí. A esa mujer que todos adoraban y respetaban por su gran corazón y nobleza.

Mi padre y yo tuvimos que tener mucha paciencia con mi madre, y apoyarla en sus días más difíciles, hasta convertirlos en pasajeros. Pero al final, todo trajo sus frutos. Después de un año y algunos meses, se pudo subir junto a nuestra ayuda a un vehículo, recuerdo que fue el Toyota negro de mi padre. Fue un gran avance para ella, y a la vez para todos nosotros.

La casa de mis padres, más parecida a una bella cabaña, nos daba la bienvenida. Sus paredes pintadas de un colorido naranja brillaba al atardecer, decorando el paisaje.

La mate del AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora