capítulo veinticuatro

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EVAN

Los pasos de la castaña era lo único que mataba el silencio en este lugar y ya me estaba impacientando que tardara tanto allá arriba.

¿Qué tanto hacia ahí?

Paseo mis pies por todo el piso de abajo. A decir verdad esta cabaña tenía un aspecto muy acogedor y cómodo, debo agregar que la chimenea de gas le daba un toque sofisticado a la sala.

Aún en la grande cocina estaba el vaso roto que se había quebrado aquel día, como no tengo nada que hacer y desde pequeño no me gustaba el desorden y Sheryl estaba tardando horas allá arriba, decido recoger los pedazos de vidrio, el jugo que creo era de naranja se encontraba ya seco en el piso de madera. Busco entre los cajones un trapo para limpiar aquello y cuando lo encuentro empiezo a quitar ahora esa horrible mancha de jugo de naranja.

Los pasos bajando de sus pequeños pies resuenan, por lo que dejo a un lado el paño y me dirijo a la sala a paso rápido.

—¿Es todo? —pregunto al verla bajar con una maleta.

—Así es —asiente con la vista fija en la puerta.

No sé porque pero nos quedamos en la misma posición por unos segundos, sin mirarnos, solo estando ahí en aquel momento. Y aquel sentimiento de culpa me recorre en gran manera.

¿No sé si es porque estamos en el lugar de donde la prive vivir o porque ese día se acercaba?

Pero no pude evitar lo que lleve a cabo a continuación.

—Lo siento —pronuncio.

Esto hace que voltee su cabeza hacia mi lentamente, con esa mirada parecida a dagas que podrían atravesarte y matarte fácilmente si sus ojos fueran unas armas.

—Dime, Evan ¿Qué es lo que sientes? —ironiza—. ¿Realmente lo haces?

—Lo siento —vuelvo a repetir—. En verdad lo hago.

No me tira otra mirada porque agarra su maleta y abre la puerta de la cabaña.

—Espera Sheryl —grito mientras la agarro del hombro.

—¿Qué es lo que quieres? —me encara.

Zarandea su hombro para quitar el agarre.

—No fue ningún capricho —aclaro.

No sabía el porqué o tal vez si, pero esto me ponía nervioso. Tal vez pedir disculpas no era lo mío, pero sentía una opresión en el pecho que no me dejaba estar en paz

—Dices que no lo es, ¿pero entonces qué era? —me mira directo a los ojos.

—Te necesitan —pronuncio agitado.

—¿Quién? —se impacienta—. ¿Quién mierda me necesita?—se exaspera moviendo su mano donde tenía el agarre y esto provoco que la maleta se moviera y causara un gran ruido.

—La manada, mi manada —objeto—. Ahora tu manada.

—¿Para qué? —cuestiona fijando la vista en la maleta gris—. Ni si quiera sé para qué, ni siquiera sé para qué sirve una Media —se altera— Ni siquiera sabía que era una Media hasta que el estúpido de Derrick me lo aclaro, porque tú no te has tomado el tiempo de hacerlo —grita.

No sé qué decir ante esto, porque inconscientemente admitía que había sido un gran idiota con ella. Todo esto había sido mi culpa, pude haber echo las formas de otra forma y esta situación no estaría pasando ahora mismo.

—Lo lamento tanto —hablo sin saber que más hacer.

—Créeme, yo también lo hago —se voltea con la intención de acercase al carro.

La mate del AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora