capítulo treinta y cuatro

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SHERYL

Arriba y abajo. De izquierda a derecha.

¿Dónde diablos estaba Noha y Mariangel?

Evan se había retirado, según él debía ensayar por última vez el discurso. Así que aquí estaba.

Sola con mi soledad.

Cerca de una mesa de bocadillos comiéndome una dona, más bien ya me había comido varias, junto a un par de copas de champán.

Nunca había sido muy fan del alcohol en mis venas, solo me había emborrachado una vez en mi vida, y debo admitir que no salió muy bien. Había terminado en el tobogán de la casa de al lado, sin zapatos y con una jaqueca de los mil demonios. Ese día casi me entierran, primero por el dolor de mi cuerpo y segundo, por la ira de mi madre que en ese mismo instante podría haberle ganado a Supermán en una batalla, parecía que invocaba las llamas del infierno por cómo le salía el humo de sus orejas y de sus ojos que habían perdido todo el brillo maternal.

Mi cara estaba cansada por haber estado sonriendo como un payaso a cada licántropo que se arrimaba a la mesa de bocadillos y saludaba cortésmente, lo cuál ya era un logro para mí.

Desde mi posición podía ver a casi toda la manada, varios se habían reunido en el centro de la pista bailando con el sonido de la música lenta y sonrisas en sus caras. Otros se encontraban en grupos pequeños y entablaban conversación muy animados.

Podía sentir los ojos como dagas de Jonás, el padre Evan queriendo asesinare -¿Qué tenía ese hombre contra mí?- Debo admitir que era muy parecido a su hijo, sus mismos ojos azules, pero los de Evan eran más oscuros, más profundos pero con un brillo que te hacía perder en ellos. En cambio los de el señor Aksenoff parecían cuchillas.

Cada vez que lo encontraba mirándome mal, mientras yo le regalaba una sonrisita sumamente falsa, mientras lo maldecía interiormente.

Me volteé con mi copa de champán, sin fijarme bien, por lo que provoqué que se derramara un poco al chocar contra un cuerpo.

Tan torpe como siempre, Sheryl.

-Perdona-balbucee-. Yo...

Levante la mirada, encontrándome con la licántropo que menos esperaba ver, y mis ojos se abrieron como platos. Mientras no sé porqué, unas ganas tremendas de reírme me inundaron. Y efectivamente, me largué a reír.

Su cara sumamente perfecta se contrajo en una mueca, mientras miraba su vestido ceñido azul.

>> Lo siento, de verdad.

Pero todo esto se veía realmente mal y falso, ya que mi risa parecía no querer desvanecer.

-¡Agh! -exclamó-. Tenías que ser una humana para ser tan torpe.

-Disculpa, ¿eso fue un insulto? -puse mi mano en mi cadera, dejando la copa en la mesa sin verme afectada.

-Has intentado arruinar mi vestido-atacó, mirándome de arriba a abajo, dándome una repasada que me hizo sentir incómoda-. ¿Tanta envidia te doy?

Su voz sonaba arrogantemente insoportable. Su ego era como cráter sin fondo y con una insoportable expresión en el rostro que deseabas darle con una silla, pero que no lo hacías por respeto a la silla, ella no se merece tocar la cara de esa bruja.

Esa última frase en especial, hizo que mi risa se fuera, empezando a enojarme... Y tal vez, solo tal vez, que me bajara un poco la autoestima. Pero la recupere al instante.

-¡¿Envidia?! -me mofé-. ¿Por qué debería sentir envidia por ti?

Sus labios pintados perfectamente de rojo sonrieron, mientras echaba para atrás su cabello rojo.

La mate del AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora