Capitulo I : El Apellido de nuestros Padres...

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En la oficina del Cónsul Penhallow había una impresionante cantidad de personas.

La familia Lightwood, Jocelyn y Clary Fairchild, Lucian Graymark , Magnus Bane y Raphael Santiago.

Estaban reunidos por un motivo devastador, las últimas peticiones de Sebastián Morgenstern.

‒Perdón ¿podrías repetirlo?

Alexander Lightwood había perdido todo el color del rostro en pocos segundos. Más o menos los que habían transcurrido desde que Jía hubiese leído la carta de Sebastián.

No era el único, todos en la oficina estaban sorprendidos. Después de todo, Sebastián había ofrecido la paz a cambio de obtener a Alexander.

  ‒Sebastián ‒ dijo Jía ‒, ofreció deponer sus armas, cesar los ataques y la cura para los Oscurecidos, a cambio de que te entregáramos a él.

‒ ¿Qué podría tener mi hijo que le interesara a ese bastardo? –inquirió Maryse Lightwood, con el ceño fruncido, sin quitar la vista de Alec.

 -Al parecer –comento Raphael Santiago, con una sonrisa socarrona –, lo tiene todo. Es un avance –agrego –, abandono la idea del incesto. –guiño descaradamente en dirección a Clary, quien rodo los ojos.

-No ayudas Raphael –Luke se froto los ojos con cansancio –Sin importar qué, Sebastián es un peligro.

-Masacro al Preator Lupus antes de enviar esa nota. Atacó en Instituto de Los Ángeles, no sabemos que más podría hacer si no...

-Jía no ayudas –señaló Jocelyn, notando que Alexander había palidecido aún más, dejándose caer en una de las sillas, con su parabatai y su hermana junto a él, quienes lo rodeaban protectores.

-Entregar a mi hermano –murmuro Isabelle Lightwood –, es algo que jamás pensare. No es una consideración, Sebastián puede besar mi trasero mientras lo ahorco con mi látigo.

-Puede venir a por Alec –ofreció Jace Herondale, con la piel ligeramente brillante (aunque eso ya era común) –, porque lo asesinare antes de permitir que toque a mi parabatai.

 Era loable, porque con una rápida mirada a Clary, sabías que ella pensaba igual. Ellos lucharían juntos y no dejarían a Alec.

 -Es que hay que pensarlo –exclamo Jía –.Sé que es horrible, pero es la realidad. Este extraño trato...

 -¿Realmente confiarías en Sebastián? –Cuestionó Jocelyn –Jugará los mismos juegos que Valentine para destruirnos, porque eso es lo que disfruta más que nada. Hacer sufrir a los demás es su mayor placer.

Entonces estallo en una discusión, donde Raphael se reía de todo y el resto exudaba el temor y la ira.

Todos excepto Magnus Bane. Él permanecía en silencio desde la lectura de la carta. Era discordante, su silencio con su aspecto sobrio, vestido con un largo abrigo negro y solo esa bufanda purpura a la vista, envuelta en su cuello. Sus ojos, fijos en una sola persona...Alec. Había una feroz protección en sus ojos, como si quisiera tomar al chico de ojos azules y ocultarlo del mundo.

Pero no lo haría. Porque Alec era un cazador de sombras, un guerrero y a pesar de que ahora tuviese el aspecto de alguien que esta apunto de vomitar, no se rendiría, iba a luchar porque eso era lo que los guerreros hacían.

Jía Penhallow se aclaro sonoramente la garganta, antes de rebuscar en su escritorio un pedazo pequeño de pergamino algo arrugado y amarillento, pero en buen estado.

-Esto llego con un mensajero de Sebastián...bastante particular –explico con cierto tono extraño en la voz –.Al parecer está dirigido a ti, Alexander. Pero no tiene sentido, nada tiene sentido en esta nota –otra vez se aclaró la garganta, antes de leer el pergamino –"Sin el apellido de nuestros padres, somos libres de ser simples extraños".

Entrego el pliego a Alec, quien lo tomo con manos algo temblorosas, antes de darle una mirada.

-¡Por el Ángel! –exhalo de golpe. Jace tensándose a su lado.-¿Qué es? ¿Qué pasa? –pregunto exaltado.

Jía siempre había pensado que, de todos los Lightwood, Alexander era el más pálido de todos, con ese hermoso contraste de cabello negro brillante y grandes ojos azules que brillaban ante cualquier emoción. Jamás creyó que su piel pudiese pasar a ser traslucida...

-Necesito ver al mensajero de Sebastián.

*°°°°*°°°°*°°°°*

No era un mensajero. Era una mensajera, y era una bruja.

Entro muy sonriente, sin darle importancia a las esposas de adamas ni a los guardias que la escoltaban.

Tenía el cabello de un color rosa pálido, largo y ondulado. Una piel cobriza y una estatura estimable de 1.60m. Pero su marca, definitivamente eran sus ojos.Grandes y redondos, su iris se arremolinaba entre el azul, el verde y el cobalto. Ninguno se asentaba por mucho tiempo, pero brillaban, igual que su sonrisa.

Vestía un sencillo vestido blanco, sin mancha alguna y destacaba el tono de su cabello.En cuanto estuvo en la oficina, su mirada se paseo por todos los presentes, sin perder la sonrisa. Y esta se ensancho cuando se fijo en un ser en especifico, sus ojos brillando en azul

 – ¡Hola, Magnus!

Y Magnus Bane soltó un suspiro cargado de cariño y cansancio, casi en tono paternal –Por favor, dime que no te has aliado con los malos, chiquitina.

Del mismo modo, se rio por lo bajo y envolvió entre sus brazos a la bruja, apretujándola en un abrazo y besando suavemente su frente. La chica soltó una risita cantarina, agitando sonoramente sus manitas.

Al cabo de unos segundos se separaron, y Magnus la dejo ir con una sonrisa. –Les presento a Elaine Bonnet. Una de las brujas más poderosas del mundo y una vieja y querida amiga.

-Tu vieja y querida amiga –escupió Maryse, con el ceño fruncido –, es una bruja al servicio de Sebastián Morgenstern...

-Oh no –chillo Elaine, luciendo como una niña asustada, sus ojos pasando al verde oscuro –Yo no trabajo para Jonathan, no estoy relacionada en nada sobre esta guerra que él comenzó. Aunque sí admito que lo conozco desde hace más de cinco años. A decir verdad, antes no presentaba un peligro para nadie, aunque nadie nunca lo es si lo piensan bien, nunca a primera vista...

-Señorita Bonnet –llamó la Cónsul, al ver a la bruja divagar –, por favor céntrese. Si no trabaja para Sebastián ¿Cuál es su papel en esta reunión?

 -Estoy aquí por Alexander Lightwood, obvio.

Elaine Bonnet sonreía, luciendo frágil e inocente, pero cuando sus ojos se prendaron en Alec, su sonrisa se suavizo y su mirada brillo en un reconocimiento fugaz –Hola, pequeño zafiro, has crecido.

 Alec la observo, levantándose y acercándose hasta ella.

De pronto, parecían ser los únicos en la habitación. Extendió el pergamino, con las manos temblorosas –Esta es mi letra, yo lo sé. Pero no recuerdo haber escrito esto, no te recuerdo. ¿Quién rayos eres? ¿Qué significa todo esto? –su voz se elevo esporádicamente, terror rebalsando de sus palabras.

Elaine no abandono su sonrisa –Hace tres años, conociste a Jonathan Morgenstern, aquí mismo en Idris. Esas fueron unas de las primeras palabras que te dijo,y tú, la inmortalizaste en papel, para jamás olvidarlas. Y yo –agrego –solo soy la bruja que borro tus recuerdos, todo lo relacionado con Jonathan. Entiende –le urgió de pronto –era muy peligro que tú lo supieras, que el mundo lo supiera.

Magnus frunció el ceño – ¿Saber qué, chiquitina?

-Que Alexander Lightwood amaba a Jonathan Morgenstern, y que Jonathan le amaba a él.

The Things I Forget (Jonalec)Where stories live. Discover now