CAPÍTULO XXIV

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—Has hablado con mi padre. 

—Lo siento joven príncipe, por orden del Rey me encuentro supervisando la salud de tu madre, la Reina Maritza. 

— ¿Cómo se encuentra ella? 

—Ya se lo había advertido a su padre, la Reina no debe sufrir impresiones que puedan alterar su salud, ella se a encontrado algo débil estos últimos días así que mi recomendación es el absoluto reposo. 

—Tengo que verla. 

—Es su decisión joven príncipe, pero trate de sobre saltar a la Reina. 

Daniel no había actuado como un buen hijo, se encontraba ausente la mayor parte del día debido a los fuertes entrenamientos con Samuel y sólo se encontraba en el castillo para comer y dormir. Había dejado atrás sus estudios con la institutriz y las reuniones con su padre y prefirió estudiar a su manera. En los breves descansos durante su entrenamiento leía algún libro de la biblioteca, así podía aprender a su ritmo y lo que realmente fuera necesario e importante. 

Mientras se dirigía al cuarto de su padres, Daniel no hallaba la manera correcta de hablar con su madre del porqué de su ausencia y de algunos pensamientos acerca de su hermana. Él quería conocer las respuestas a las preguntas que rondaban el nacimiento de Dael, pero sabía que sería difícil obtener esa información de los labios de la Reina. Cuando se encontraba en el pasillo vio a algunas sirvientas recogiendo algunos destrozos del suelo y limpiando el lugar, aquel desorden sin duda llevaba el nombre de su padre. Lo había visto, en alguna ocasión, de mal humor, algo nervioso e irritable, nunca los había visto así antes; había escuchado de su boca que lo ocurrido con Dael - el enviarla al calabozo y enviarla fuera del reino - había sido una decisión sabia, pero en su mirada y actuar se denotaba su error. 

Detuvo sus pasos al estar frente a la alcoba real, dudó, pero finalmente tocó dos veces antes de entrar. La habitación recibía los últimos rayos del sol que se filtraban por entre las ventanas, y frente a estas la Reina, quien admiraba el paisaje de su reino. 

—Quisiera no pensar que nuestro reino ahora se encuentra vulnerable frente al acecho de la muerte, pero me es imposible no hacerlo. 

La voz de la Reina tomó a Daniel por sorpresa, algo había en su voz que lo intranquilizó. Se acercó a su madre y tomó su mano, sintió calidez en ella y recordó los momentos de su niñez más felices a su lado, nada ni nadie podría arrebatarle aquello. De encontró en medio de los abrazos arrulladores de madre, pensó en resistirse, pero si cuerpo necesitaba, su alma anhelaba ese tipo de cariño que se había negado. Un hijo siempre necesitará del abrazo de la mujer que lo llevó en su vientre, lo vio nacer y que sin duda daría su vida por evitar su sufrimiento, y la Reina Maritza sabía que su hijo estaba sufriendo. 

—Será mejor que descanses un poco, hable con Nathan y… 

—Todos en este castillo quieren verme en cama, al parecer están decididos a ignorar todas mis palabras, y te pido a tí, hijo mío que no me pidas eso. 

—Si no te veo descansar seré yo quien enferme, acaso quieres verme en cama y sin fuerza si quiera para abrir los ojos. Mientras Daniel hablaba no podía evitar reír de sus propios comentarios. 

—Cómo es posible que digas aquello, espero que no olvides que te encuentras hablando con tu Reina y además odio los chantajes. 

—Claro que no lo he olvidado. 

Entre risas, el Príncipe Daniel llevó a la Reina a su cama la ayudó a acomodarse y se sentó a un lado de ella. 

—Odio ser yo quien arruine este momento junto a tí, madre. 

La Muerte de la Guerrera Blanca [Sin editar]Where stories live. Discover now