CAPÍTULO XXXVIII

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La consternación era grande, se había marchado por poco tiempo y no había logrado despedirse de ella como le hiciese gustado. Daniel acarició por última vez el rostro de su madre y lloro sobre su cuerpo que dejaba atrás la calidez; el rey nunca llegó, y al enterarse de la noticia su caminar vaciló, pero no podía permitirse mostrar debilidad en el peor momento de su vida, la guerra está más cerca y sus guerreros necesitaban su fuerza.

—Rob sabe...

—He decidido que lo mejor es que él no se encuentre, nada bueno le traerá si la guerra entra y lo toca, había hablado con tu... madre y ella así lo aceptó. Se dirige a los monasterios de San Guissi.

Los monasterios de San Guissi se encontraban al otro lado del mar, en el Reino de Vaszo, un aliado del Reino de Rellintogn desde tiempos inmemoriales. Aquel lugar estaban lleno de tranquilidad y creencias religiosas, principalmente este monasterio, donde se inician los estudios para futuros sabios y oradores de la palabra de Dios.

Daniel quería replicar, con la partida de Rob quedaba solo, no logró ver a su pequeño hermano por última vez y eso le dolía, perder a dos personas y decirle lo mucho que los quería. Aunque el odio hacia su padre creciera, le agradecía el hecho de alejar a Rob de las grandes desgracias que se avecinaban.

Durante la noche se realizó en entierro de la reina, pocas personas se encontraban despidiendo a su gran soberana, solo los guerreros y alguna servidumbre elevaron las plegarias por el alma de la Reina Maritza de León. Mientras el sacerdote oficiaba una corta oratoria pidiendo el descanso de su alma, las estrellas alumbraron con gran fuerza en el cielo, algunos copos de nieve empezaron a caer y la fría brisa movía la tela de algunos vestidos y cabellos.

Pronto las aves que antes descansaban volaron nerviosas, ya no había cantos llenos de armonías, sólo graznidos llenos de miedo; las trompetas ubicadas en las fronteras, aquellas que no sonaron por más de diez años, volvieron a ser escuchadas, las armas que antes reposaba sobre las paredes eran tomadas y empuñadas con fuerza, los alientos que despedían a un ser querido, ahora se movían con rapidez y sin duda, había miedo, pero ante todo determinación por por ganar la batalla que se avecinaba.

El rey se adelantó de sus escuadras, cabalgo hasta la torre del oriente, a su lado derecho su hijo, el príncipe Daniel y así izquierda, su aliado en armas, Endric Welseyer. Las luces frente a ellos empezaban a reinar sobre la oscuridad del bosque, pero lo que más llamó su atención fue la apariencia de algunos de sus enemigos, parecían hombre con cuerpos descomunales, por poco doblaban su tamaño y en sus manos grandes lanzas que parecían ser los troncos de los árboles jóvenes.

—¿Qué son esas cosas?

Frente al escuadrón enemigo se alzaban grandes bestias con apariencias monstruosas, con la altura de uno de sus mejores caballos, su cuerpo parecía brillar, pero con luces oscuras y humeantes, lo que parecían sus ojos, más de cuatro, destellaban como vivaces fogatas, rojas y fulgurantes.

—¡Escudos preparados!

El grito de Endric lleno de valor a sus hombres, la hora final había llegado. No se podían permitir sentir miedo, su vida dependía de ese momento, la continuidad de todo un reino estaba en sus manos.

Un jinete con ropajes totalmente negros encabezó en grupo de rebeldes, su sonrisa retorcida se incrementaba al escuchar el grito de su enemigo; alzó su mano izquierda e inmediatamente los gruñidos de la bestias infernales listas para el ataque empezaron a retumbar, contó hasta tres y al terminar su conteo se alzaron en batalla.

Las bestias iniciaron el ataque, los escuderos se prepararon para el ataque, las espadas se empuñaron con más fuerza.

—¡Arqueros, disparen!

La Muerte de la Guerrera Blanca [Sin editar]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang