Capítulo 5

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Recuerdo la sensación de la caída, y, luego, un golpe áspero contra el vidrio del auto, segundos más tarde, el agua colándose por los orificios del vehículo -entre ellos, las ventanillas rotas- y la creciente desesperación que la conmoción en mi cabeza no me permitía asimilar.

Supongo que en algún momento decidí rendirme, aceptar el horrible destino y descansar. Tal vez fue en el momento en el que necesité algo de aire, ya agotado, en donde el único reemplazo era el agua. Así fue, como en un intento inútil por sobrevivir, traté de inhalar con todas mis fuerzas y le di pase libre al líquido, y todo se volvió borroso.

No sentí que había pasado más de un segundo cuando percibí una luz suave en los párpados. ¿Era el final del túnel? ¿No le decían así? ¿Dejaría de ser tan dramática algún día? Me sentí invadida por una repentina paz de saber que ya no debía escapar de nada.

Abrí los ojos de repente a la vez que expulsaba el chorro de agua que me había obstruido la respiración. Y, tomando varias bocanadas de oxígeno como si se fuese a volver a agotar, sentí como volvía al mundo real lentamente, al mismo tiempo que el campo de visión se me iba aclarando y me permitía captar la imagen de un rostro a pocos centímetros del mío. El mismo no se había movido desde mi maravilloso y lamentable despertar, por lo que, no sorprendentemente, me fulminaba con la mirada; Caleb estaba empapado desde las pestañas hasta el mentón a causa de la expulsión de agua.

¿Qué hacía allí?

Posando ambas manos en el centro de su pecho, lo impulsé lejos y me senté velozmente con la cabeza dándome vueltas. Caleb se pasó la manga de la camisa -mojada a su vez- por la cara y se limpió los residuos de saliva y de río.

—¿¡Qué estabas haciendo!? —Caleb estaba arrodillado a un costado, encima de un conjunto de hojarascas secas. Confundida, observé en torno a nosotros; estábamos rodeados de árboles, arbustos y un afluente de agua a nuestro lado. La corriente nos había arrastrado hasta la reserva natural Lakewood.

Los primeros rayos del sol se asomaban de entre las copas de los árboles y nos brindaban un poco de luminosidad.

—Trataba de salvarte la vida. ¡Discúlpame! —contestó irónico y se puso de pie. Estiró un brazo y me ofreció ayuda. ¿Salvarme la vida? ¿A qué se refería? Oh... Eso significaba una sola cosa; me llevé los dedos al labio inferior, palpándolo suavemente. No podía ser, mi segundo beso había sido sin consentimiento y con un desconocido/delincuente terriblemente agobiante—. ¿Qué? ¡No! ¡No fue respiración boca a boca! ¿En qué perversidades estás pensando?

Avergonzada de ser tan trasparente de interpretar, sentí el calor involuntario subirme a las mejillas, razón por la cual me apresuré a pararme empujando su ayuda a un lado.

La planta del pie me ardió otra vez y me recordó la herida todavía no sanada, hecho que me hizo arrepentirme de no haberle tomado la mano.

—No estaba pensando en ello, tan sólo pensaba en que estaba varada en un bosque a punto de morir... —contrataqué.

Tenía el cabello tan mojado que se me había pegado al contorno del rostro, agregado a eso, la ropa me chorreaba hasta el suelo y formaba un perfecto charco de lodo que había terminado de embarrarme de las rodillas para abajo.

Entre tanta mugre, tierra y bichos sería afortunada si la lastimadura no se infectaba; dando como resultado una amputación completa.

Qué caóticos pensamientos.

—Exacto, sin embargo, por si aún no te percatas, estamos a salvo de extraterrestres y disparos... —¿A salvo? ¿Allí? No debía estar hablando en serio —. Te dije que podías confiar en mí.

—¿Confiar en ti? ¡Casi logras ahogarme!

—¡Pero no lo hice! ¡Te salvé!

—¡No cuenta cuando me salvaste del mismo problema en que tú me metiste! —repliqué mientras le hincaba el dedo índice en uno de los pectorales, devolviéndolo a su lugar al notar que se me había doblado como una hoja de papel. Caleb alzó una ceja, arrogante.

¿Cómo podía presumir en una situación como esa?

—Mira Millie... No quiero seguir estorbándote, así que, con tu permiso, me iré en esa dirección y, tú, en la contraria. Nuestros caminos se separarán a partir de aquí, ahora estarás por tu cuenta, sola —resolvió Caleb y se dio la vuelta. Se marchó con las hojas crujiéndole a cada paso que se alejaba—. Un gusto conocerte, Millie.

No respondí. No había sido un gusto placentero.

¿Me iba a abandonar? ¿Allí? ¡Bien!

De todos modos, no lo necesitaba en absoluto, lo último que me hacía falta era pasar mis últimas horas con un engreído de tendencias suicidas y un posible cleptómano. Yo podía sobrevivir sin él, no dependía de nadie, ni de nada, nunca lo había hecho.

Me giré hacia el camino contrario y contemplé el extenso bosque sin fin que ahora se había convertido en algo tenebroso. ¿Qué tan lejos estábamos del río? ¿Cómo era posible que estuviéramos tan bosque adentro? ¿Cuánto tiempo había pasado inconsciente?

La incertidumbre me asaltó. Un ruido de una rama partirse a unos metros de distancia me sobresaltó, por lo cual, lancé un grito volviendo sobre mis propios pasos. Corrí hacia la espalda de Caleb.

—¡Caleb! —Apenas rotándose, me miró de perfil y, sin aguardar respuesta, me situé a su lado. No podía hacerlo sola, no me serviría de nada fingir independencia y fortaleza cuando tenía tanto miedo. Si volvía a encontrarme a alguna de aquellas criaturas, no habría tenido idea de qué hacer. Pero Caleb sí, porque tenía una imagen mucho más amplia de lo que estaba pasando.

Probablemente me arrepentiría de ello, pero tenía más oportunidades a su lado que por mi cuenta.

—Te estaba esperando. 

Fugitivos del finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora