Capítulo 3

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—Caleb —contestó, ladeando una sonrisa.

Le estreché la mano. El contacto con su piel me obligó a enderezarme de golpe.

—Piso -1 —avisó la voz electrónica a través de los parlantes a la vez que las compuertas metálicas se deslizaban hacia ambos costados.

De pronto, algo impactó en el techo del ascensor, produciendo un temblor.

Caleb se sobresaltó y tiró el cuello hacia atrás para analizar qué ocurría; lo que fuese que había chocado con el techo, comenzó a caminar, haciendo abolladuras con cada uno de sus pasos.

—Tenemos que irnos y si sigues yendo tan lento nos agarrarán —alertó. Se acercó con el brazo estirado, pasándolo por debajo de mis hombros, y me aferró a él. Su cercanía volvió a producirme escalofríos—. ¿Qué tan rápido puedes ir?

—Haré mi mejor intento —repliqué poco convencida.

Caleb asintió y empezó a caminar fuera del elevador. Odiaba depender de otra persona, sin embargo, me vi casi obligada a cargar todo el peso sobre él, quien no se veía inmutado por ello.

Ambos frenamos en seco, observando varias hileras de automóviles aparcados dentro del estacionamiento.

—¿El tuyo? —preguntó.

Revisó a nuestras espaldas con cierto terror implícito y volvió a caminar a pesar de no haberle brindado una dirección concreta.

—Por allá —indiqué, señalando con el dedo índice.

Tras un golpe brusco, apenas tuve tiempo de girarme para poder divisar a la misma criatura de antes; había logrado hacer un orificio en el techo del ascensor y se encaminaba hacia nosotros.

Clavándole las uñas en la remera, llamé la atención de Caleb, que se dirigió hacia la bestia que se aproximaba. Sin más que perder, Caleb se agachó, me rodeó de las piernas sin ninguna advertencia y me levantó del piso de modo que quedase atrapada entre sus brazos.

—¡Corre! —Sin esperar mi pedido, Caleb dio un brinco, acomodándome contra su pecho, y largó a correr por el aparcamiento lleno de los carros de mis molestos vecinos.

Al llegar, me bajó sin mucho cuidado, poco preocupado por mi bienestar (o él de mi pie) pero más en hacer funcionar el automóvil estático que nos esperaba.

—¿Cómo es esto? ¡Ábrete! ¡Vamos! —espetó, pegándole con uno de los puños a una de las ventanas.

Exasperada, lo empujé con la cadera y encastré la llave que había agarrado en el arrebato del departamento dentro de la cerradura. La giré hacia uno de los hados hasta que desbloqueó las puertas.

—Metete —ordené.

La criatura se encontraba cada vez más cerca.

Me incliné hacia delante e impulsé a Caleb al asiento del acompañante, quien se arrastró por encima del freno de mano hasta el lugar del copiloto. Me subí a su lado y cerré de un portazo.

—¿Y ahora? ¿Es sólo esto? ¿Ésta era tu idea de escape? ¿No tiene alas? ¿Proyectiles? —interrogó con un tono levemente disgustado que no se esmeró en ocultar. Pestañeé dos veces, incrédula.

Jamás nadie se había osado a criticar el auto que mis padres me habían regalado en mi cumpleaños número dieciocho.

¡Y mucho menos en una situación extremadamente catastrófica con un chupa cabras persiguiéndonos!

Ignoré el comentario y encendí el motor de un tirón, el cual rugió con fuerza. Retiré el freno de mano aguantando la felicidad. Las luces frontales se prendieron e iluminaron un par de autos aparcados a la distancia. No obstante, un cuerpo oscuro se materializó en nuestro campo de visión; la misma "cosa" que nos había atacado antes. Con la luminosidad alta, podía apreciar los detalles más asquerosos y horribles que hubiese preferido no notar, como era el caso de las venas que le recorrían el cuello y le bajaban por el estómago. Además, la bestia no tenía un brazo -lo había perdido por culpa nuestra-, pero sí poseía dos saltones ojos negros que sobresalían de sus cuencas y una gigantesca bola en el lugar que debería ocupar su cerebro, tres veces más grande que el resto de la cabeza.

Fugitivos del finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora