CAPÍTULO 1

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Hanako

La música truena en mis auriculares mientras disfruto de la vista a través de la ventanilla de copiloto.
El cielo se ha tornado gris, abundante de nubes que no parecen traer nada bueno, y pequeñas gotas de agua resbalan por el cristal.
Es el tiempo ideal para echarse en el sofá y contemplar desde la ventana como la madre naturaleza castiga la tierra con rayos y truenos y tremendas cantidades de lluvia.
Un escalofrío me recorre la espalda y me obliga a cambiar de postura, haciendo que quede de brazos cruzados, protegiéndome del frío que de repente acecha con calar en mi cuerpo.
Me quito un auricular para preguntarle a mi madre cuanto queda, y tras obtener respuesta vuelvo a centrarme en el paisaje.
Las horas pasan junto a las canciones sin yo ser consciente, y para cuando me quiero dar cuenta ya estamos en Tokyo.
La gran ciudad se cierne sobre el coche como queriendo engullirlo, y las luces brillan llenas de vida.
A pesar de la lluvia, la gente que hay en la calle no es poca, todos van corriendo de un lado para otro con prisas e intentando protegerse del diluvio que poco a poco parece ir subiendo de intensidad.
Conforme vamos avanzando nos alejamos poco a poco de la ciudad, y el número de edificios va disminuyendo, incluida su altura.
Los últimos edificios pasan a ser casas, y lo siguiente que veo es un bosque, este luce denso y oscuro bajo el temporal que nos acompaña.
Avanzamos por un camino a través de los frondosos árboles que apenas dejan hueco para ver el cielo, hasta poder divisar a lo lejos un edificio alto y elegante que deduje sería el "Internado Kaika", cuyo nombre le venía al dedo al significar 'florecimiento' y encontrarse en pleno bosque.
Este internado ayudaba a jóvenes con problemas en el estudio a sacarse su mejor partido y perderle el miedo a los libros digamos. Es decir, les ayudaba a "florecer"  en su vida académica y estudiantil, y les enseñaba a sacarle el mejor provecho posible.
Y por eso estaba yo ahí, porque mi media en sí no era mala, pero sí mi actitud.
Aborrecía estudiar, y estar delante de un libro de texto más de una hora seguida intentando memorizar algo sin motivación me traía loca.
Por eso mis técnicas de estudio se basaban en huir de empollar y en salir del paso mediante chuletas o usando lo poco con lo que me había quedado de clase.
Mis técnicas de socializar eran más de lo mismo, era introvertida con los extrovertidos y extrovertida con los introvertidos.
En resumen, no se me daba bien. Por eso tenía pocos amigos, aunque estar sola no me disgustaba.
Y hablando de amigos, el cambio de instituto se los había llevado consigo. Las relaciones a distancia no funcionan si no se pone interés, ya sea una relación de amistad o de amor. Y dado que yo era una chica con suerte, los pocos amigos que tenía ponían cero interés en mí. Como conclusión, me había quedado sola.
Esto último no me extrañaba, tampoco tenía mucha fe en las relaciones entre personas, a mí parecer solo funcionan entre familiares y porque no queda otra. No obstante, tenía en cuenta que podía haber excepciones...aunque no había conocido a ninguna.

El coche se detuvo y casi a la par, me quité los auriculares y tras enrollarlos los guardé en el bolsillo de mi chaqueta vaquera.
Bajé del coche junto a mi madre y nos dirigimos a la entrada.
Una alta vaya metálica y negra se levantaba delante nuestra, adornada con puntas de flecha en lo alto como para impedir la salida del edificio sin dejarte un brazo o una pierna en ella.
Estaba tan embobada viendo cada detalle del sitio que no me di cuenta de cómo mi madre tras llamar al telefonillo cruzaba a través de esas puertas.
- Venga vamos Hanako - me llamó mi madre.
Asentí con la cabeza y la seguí hasta dentro de lo que sería mi residencia del último año.
En la entrada del internado nos recibió quien sería el director de este, y tras intercambiar todos un saludo nos guió al interior del edificio.
El Internado Kaika no estaba mal, nada mal a decir verdad.
Una alfombra de un rojo oscuro fuerte se perdía por los pasillos y parecía llegar a cada rincón. Las paredes estaban llenas de cuadros que serían antiguos, de alumnos y profesores, ya que el papel y el color de las fotografías no sugerían que fueran nuevos.
El director nos hizo un tour por el sitio, enseñándonos el ala en el que se encontraban las clases, el comedor, el gimnasio y la enfermería. Y luego enseñándonos el ala restante en el que estaban los dormitorios, los masculinos al principio y los femeninos al final.
Luego nos llevó al patio, el cual estaba lleno de flores, en concreto rosas.
Por último nos informó de los clubes que había en el internado y a los cuales si quería podía apuntarme, pero ninguno llamó mi atención.
Una vez terminado el tour volvimos a la entrada y me despedí de mí madre con un fuerte abrazo.
Y terminada la despedida volví al interior del edificio a instalarme en el que sería mi dormitorio.
No compartía con nadie, tenía una habitación para mí sola con un baño propio. Y este fue el primer sitio al que me dirigí a colocar mis pertenencias, entre ellas toallas, productos para el pelo y la cara, maquillaje y demás. Luego pasé al cuarto y me dispuse a poner las sábanas en la cama, la colcha y cojines. Y para terminar decoré las paredes con diversos pósters de artistas o de series, y el suelo con una alfombra de pelo gris.
La habitación tenía también un sillón y una mesa de estudio en la que rápidamente deposité el material escolar y mis cuadernos de dibujo.
Una vez hube terminado de decorar el cuarto con luces, me dejé caer en la cama y cogí el ordenador.
Pasaba de salir a saludar a nadie, simplemente me vería una serie hasta la noche y ya mañana en clase socializaría.

Reminiscencias a largo plazoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora