8

4.8K 407 118
                                    

Antes.

Cuando Ivana estaba a punto de cumplir 4 años, mamá se esforzó mucho por preparar una fiesta para ella. Ese año había comenzado su etapa en el jardín de infantes, y recuerdo haber visto a mamá, toda una tarde, sentada en la cocina, con el cabello tomado y una libreta en el regazo. Escribió toda una lista de cosas que yo intentaba leer, pero aún era muy lenta, acababa de aprender. Luego papá recogió la lista y nos llevó, a Tom y a mí, al supermercado. Compró todo lo que mamá le había pedido y nos dejó escoger una bolsa de confites para cada uno. Yo pensaba que la más emocionada con todo iba a ser mi hermana, pero —lógico— a edad, si no sabía aún la diferencia entre el chocolate y el barro, menos iba a saber que era su cumpleaños. Hoy pienso que tal vez, si mamá se empeñó tanto, no fue para que Iv lo recordara después, sino para quedar bien con las otras madres del jardín. Lo que comprendo, porque, por muy sonrisitas que sean, algunas personas pueden descabezar a otras sólo hablando a sus espaldas.

Cuando volvimos de nuestras compras, recuerdo que papá guardó todos los dulces y chucherías en las puertecillas altas de la cocina, y dijo que no comeríamos ninguna hasta la fiesta de Iv. Yo lo hubiese olvidado fácilmente, si no fuera porque Tom apareció en la puerta de mi habitación, un par de horas después, con chocolate en las comisuras de los labios y los dedos sucios y pegajozos, diciendo que había aprendido a escalar puertas. Dos minutos más tarde estaba enseñándome a afirmar con fuerza las manillas de las puertas, para subirme al mostrador de la cocina. Éramos tan sigilosos, que por un momento realmente creí que teníamos alguna habilidad especial, pero al día siguiente papá me llamó, cuando se dió cuena de que la mitad de mi bolsa de dulces había desaparecido. —Sí, Tom me enseñó a trepar puertas y abrir bolsas sin emitir sonido alguno, pero fue más inteligente al proponer que primero compartiéramos mis dulces y que, una vez que se hubiesen acabado, comenzáramos a comer los suyos—.

«No estoy enojado porque te hayas comidos los dulces, desde que hay más para la fiesta de Ivana —me dijo—, pero si no te enseño ahora que lo que has hecho está mal, probablemente seguirás subiéndote al mostrador y terminarás por comerte todo lo que hay. Y si eso sucede, realmente me enojaré».

Diez años después, sigo recordándolo. Por algún motivo, su fracesita se me quedó grabada en la memoria por siempre. Y ahora que Niall ha revisado mi teléfono, puedo comprender a la perfección lo que papá quizo transmitirme aquel día. No estoy molesta porque respondiera el mensaje de Theo, de hecho, aún me hace gracia recordar su respuesta, pero tengo que decirle que no vuelva a hacerlo.

El sonido del televisor se incrementa a medida que bajo las escaleras, aún planeando qué voy a decirle cuando lo vea. Si logro sonar tan comprensiva como papá sonó aquel día, será fantástico. Me detengo en el último escalón, pues repentinamente siento una picazón desesperante en un tobillo. Cuando me doy cuenta, tengo una enorme y fea roncha. 

Malditos mosquitos. 

Resoplo, preparándome psicológicamente para comenzar a encontrar miles de picaduras a lo largo de mi piel. Ya ni siquiera me importa que se vea horrible, pero la picazón desesperante que estos bicharracos me producen, me vuelve loca cada verano.  

—Hola abuelo —digo rápido al pasar frente a él y voy directamente al ventanal de la sala, para salir y meterme a la piscina hasta que el agua me roce por la mitad de los muslos. No funciona, sin embargo. Aún me pica, y no voy a aguantar demasiado tiempo sin comenzar a rascarme sin poder parar. 

—Alguien se despertó acalorada —escucho decir a Niall. Cuando me doy vuelta, lo descubro sentado bajo la sombrilla, a un par de metros de la piscina. 

—Son los mosquitos —murmuro—. Maldita sea, necesito rascarme —suelto rápido, en cuanto me doy cuenta de que realmente no puedo aguantar más. Salgo de la piscina y me agacho para rascarme toda la pantorrilla con desesperación. Lo peor de haberme mojado, es que ahora siento como si el agua impidiera que mis uñas hicieran bien el trabajo.

Tienes una cita (fanfic n.h)Where stories live. Discover now