CAPITULO LXXIX MIEDO

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La noche se anunciaba, y el frío calaba hondo en los huesos pues el invierno había entrado al ambiente, no pasarían muchos días antes que la nieve llenara las calles.

Minerva salió de la casa de su anfitrión Allan Morales, una chalina de color marrón que le hacía juego con el vestido le cubría discretamente el rostro, nadie tenía que verla,  y nadie debía saber.  De paso en paso se perdió entre las calles de la nocturna ciudad, buscando la dirección que una aparición le había entregado.  Ante algo así era imposible no pensar que se había perdido la poca razón que había tenido en su vida. 

Después de quince minutos de paso veloz y ver por encima del hombro si alguien la había reconocido o seguido, llego a una calle más oscura que esa noche, un barrio sombrío y conocido por sus las bajas costumbres de sus habitantes, el terror la acobardaba, mientras a su paso hombres alcoholizados y sucios se le querían acercar. – No puedo creer que hago esto- pensaba para sí misma, lo último que podía pasarle para coronar su horrible vida era recibir algún ultraje a estas alturas de su vida.

Una puerta con numeración tosca le indicó que había llegado a la dirección, la casa denotaba pobreza y soledad, alguien así debía vivir en otro sitio- murmuró entre el chal.  Con una moneda tocó en el picaporte suavemente, tenía la esperanza de haberse equivocado, y que todo fuese una tontería de su mente, aún estaba a tiempo de huir del destino que la esperaba en pocos días.

Una mujer de edad madura, similar a la suya le abrió la puerta, ojos negros y profundos, pero rostro duro como hielo.

-          si diga

-          vengo a buscar a esta persona- dijo extendiendo el papel con la dirección

-          quién la busca

-          dígale que es de parte de Rolando Arriola

-          ya, pase por favor, ella está en la sala, la esperaba

En ese momento se le vino el mundo encima, no era mentira todo lo que vivió, era una cruel realidad. Un estrecho corredor lleno de pinturas hechas a mano la condujo a una estancia, cálida por el fuego de la chimenea, pero helado y pesado de ambiente, tras un sillón enorme se encontraba la silueta de una mujer, jugaba con un mazo de lo que parecían ser cartas, le eran familiares, mientras el humo del cigarrillo inundaba la habitación.

-          Buena tarde, vengo de parte de…

-          Rolando Arriola, lo sé

EL ALMA QUE ACOMPAÑA A LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora