Una carta y dos confesiones

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(Sé que probablemente nunca leas esto. Pero, si por alguna loca razón este manojo de papeles llega a tus manos, ten en cuenta que no seré capaz de volver a mirarte a los ojos)

La primera vez que te hablé fue un viernes, lo recuerdo bien. Te sentabas delante de mí en el salón, con los hombros gachos y la espalda curva. A decir verdad, me llamaste la atención desde el primer día. Eras diferente a la mayoría, porque mientras los otros hablaban y reían tú tenías una mirada desinteresada en el rostro, como si realmente no estuvieras allí. Como si las clases te importaran poco y prefirieras estar en cualquier otro lugar. El que sea.

Eso me molestaba.

¿Tienes un borrador de sobra? — Me preguntaste. Tu voz era rara,  parecía un graznido agudo. No te contesté. Sin embargo, busqué dentro de mi cartuchera lo que pedías. — Vale, gracias. No me demoro mucho. Borro aquí y ya. Es una cosa pequeña.

Quise decirte que no necesitaba la aclaración, pero tan pronto terminaste la frase, te volteaste y agachaste de nuevo, como si no quisieras que otra personas descubriera tu gran secreto. Me levanté un poco, apoyándome en el pupitre de madera. Lo suficiente como para lograr ver por encima de tu hombro. Borrabas algunos dibujos de la última hoja, lo que hizo que me enojara aún más. No podía ser algo relacionado con la clase.

Estamos en la hora de Sociales. — Te dije, y enseguida me sentí muy estúpido. Tú apenas volteaste.

Sí, sí. Pero yo no traje mi libro y estoy aburrido. — Volteaste de nuevo, tendiéndome el borrador usado. Lo tomé. La punta estaba caliente. — Hey, no veas, es algo super privado. No seas metido.

Me acomodé de nuevo en la silla y traté de buscar la parte del texto en la que me había quedado. No obstante, mi mente no hizo más que divagar. Y el culpable quizás eras tú, o lo que dibujabas con tanta discreción en tu cuaderno. No sé si alguna vez llegué a decirte esto, pero ese día comprendí un poco lo que mi papá solía decirme. Ahora que lo pienso bien, creo que era un tanto obvio. 

Cada que él y mi madre peleaban, ella se sentaba en el sofá de la sala, en un silencio que ni yo he sido de igualar aún. 

Las personas a veces necesitan estar a solas con ellas mismas. Aparte, en su propio mundo. — Le dijo papá a Marina, cuando ella preguntó por qué mamá estaba tan rara. — Su madre... — Se calló y rascó la barbilla, buscando quizá las palabras más adecuadas para seguir. — Ella suele pensar mucho las cosas. Es por eso que  necesita aclarar sus ideas a solas, así puede ver los problemas desde otro punto de vista. 

Yo no tenía más de siete u ocho años en ese entonces, y realmente no lo entendí muy bien. Sin embargo, contigo lo poco que recordaba de esa conversación tuvo sentido al fin. Observándote — Porque lo hice, más de la cuenta — supe lo bueno que eras para abstraerte completamente en ti mismo. Podía ver en ti lo que no me gustaba de mí. Yo quería tanto como tú cultivar mi atención en algo que no fuera lo que dictara el profesor, pero si no lo hacía, si acaso llegaba a imitarte por al menos unos minutos al día, no podría ser capaz de prepararme para el mundo real que decía mi madre.

Al que, sea como sea, tendría que hacerle frente en algún momento de mi vida. 

Aunque no te lograba entender del todo, quise hablarte más de una vez, ver qué había más allá de esa mirada desinteresada que portabas la mayoría del tiempo. Pero ya sabes como era yo. No era muy bueno en eso de entablar conversaciones de buenas a primeras. Las palabras se me trababan y me sentía fuera de mi zona de confort. Así que, por mi miedo, porque no era otra cosa que eso, dejé pasar la oportunidad. Una y otra vez. No fue sino hasta el día en que, por azares de la vida que me avergüenza escribir aquí, terminaste siendo testigo de cómo Arévalo y otro chico — Del cual no recuerdo siquiera su apellido — me daban una paliza. 

Cuando El Sol No Brilla (Gay 🏳️‍🌈)Where stories live. Discover now