Capítulo 1; No te acerques a la puerta roja (Carter)

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— Fumar va a terminar matándote, Carter. — la voz de Emma logró sacarme, de manera algo abrupta, del trance al que me había sometido voluntariamente.

Los primeros rayos de sol habían comenzado a bañar la mayor parte de los edificios vecinos. A lo lejos, se podía contemplar aquellos menos afortunados que seguían en la penumbra, como si no le importaran a nadie, ni siquiera a ellos mismos. Aún sumido en la espesa nada de esas horas, hice un esfuerzo por expulsar todo el humno gris que me introxicaba los pulmones. Una mano extraña apretó el oxidado barandal mientras yo daba otra calada. Pude ver cómo sus nudillos se tornaban blancos, pero por más que podía sentir el tacto y al acero duro bajo la piel reclamar su espacio, no pude reconocerla como mía. 

Una ventisca gélida me recordó lo que estaba haciendo en ese lugar.

De todos modos ¿Hace cuánto que no lo veía? Uno, dos, tres, cuatro años. Cuatro años y algunos meses. La verdad era que, hasta ese momento, no me había dado a la tarea de pensar verdaderamente en las estaciones que habían pasado sin saber nada él. No quería. Había congelado y guardado su recuerdo en lo profundo del baúl, como un eterno niño que nunca crece y que, por ende, no necesita de nada ni nadie para mantenerse intacto. 

Su vida continua así no hagas parte de ella, Carter.

Apoyé la cabeza en una de las paredes del balcón e intenté evocar por última vez el fragmento de recuerdo que perturbó mi sueño. Como con todas las cosas que tenían que ver con él, aquel sueño lúcido me hizo divagar tanto entre mis arrepentimientos que decidí ir por un vaso de agua a la cocina, pero algo se torció en el camino y terminé pasando la madrugada de ese domingo en el balcón, aniquilando las cajetillas de cigarrillos a medio empezar que tenía en el segundo cajón de mi escritorio. Una tras otra.

El sol empezaba a tocarme los dedos de los pies y yo lo seguía sin lograrlo. Entonces decidí dar por terminado todo y seguir con el día, porque la cabeza ya me estaba empezando a palpitar y la mirada de decepción de Emma simplemente no se iba. 

— Te estoy hablando, ¿Podrías prestarme un poco de atención? — Preguntó, fastidiada. — Vas a terminar dos metros bajo tierra antes de tiempo.

Emma sabía contenerse mejor que la mayoría de personas y a veces se jactaba de ello. Pero no importaba cuánto tiempo pasara, o lo bien que le saliera sonreír con amabilidad cuando los clientes del bar se comportan igual que una verdadera mierda, yo la conocía lo suficiente como para notar que aín le faltaba enseñarle a sus ojos cómo fingir.

— Y dale con eso. No pretendo vivir por siempre, si es lo que te preocupa. — Le dije con sorna, dándole otra calada al cigarrillo. — Igual, de más que vivir demasiado es odiosamente aburrido, ¿No lo crees? — Sonreí, ella resopló, lanzando una de esas risas que sólo se le salían en situaciones que realmente la sacaban de quicio.

— Sabes bien de lo que hablo.

Emma no se había dado por vencida con el tema, pero dejó las cosas ahí. Luego de apuñalarme con los ojos un par de veces más, entró al apartamento acompañada de su contoneo de caderas. La seguí después de tirar lo que quedaba de cigarrillo al suelo. Era un trabajo doble. Hacer un reguero de colillas en el balcón y luego, a las pocas horas, tener que limpiarlas. Julián decía que probablemente yo lo hacía apropósito, ya que al menos así tendría algo más que hacer en los ratos de ocio. 

Y algo de razón tenía, porque deseé hacerlo en el instante en que volví a tocar la almohada.

A pesar de que el reloj de pared marcara las cuatro de la mañana  y mi cabeza no estuviera lo suficientemente perdida como para pasar por alto que aún tenía tiempo para volver a dormir, la tranquilidad que había logrado ganar se esfumó. Comencé a sentir el sudor que corría por mi cuerpo, cada pequeño camino. Miré la pantalla de mi celular. Eran las cuatro y media, pero yo ya no podía más. 

Cuando El Sol No Brilla (Gay 🏳️‍🌈)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora