Capítulo 11; A salud de las malas pasadas (Alex)

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Antes de empezar: 

1) No se salten las notas de autor, les tengo unas cositas c: 

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A pesar de la debilidad de mis brazos, cargué a Valerie y me dirigí con ella directo a mi habitación, tal y como acababa de ordenar Jonatan. Mi hermana protestó cuando no me devolví por la muñeca que dejó caer al subir las gradas.

— Clara, cálmate por favor. — Decía él. Su voz era la única que no temblaba. — ¿Cómo lo vas a mandar por allá? Tú misma dijiste que no sabías nada de esa gente. No puedes mandarlo con Dios sabe quién y desentenderte así de él. Alex es menor de edad, es un niño.

— Pues muy niño no era cuando le andaba metiendo la lengua a otro tipo. — Casi gritó mamá, haciendo que Valerie se sobresaltara en mis brazos. — ¡Alexander, baja y dime en qué mierda estabas pensando! ¡¿Qué mierda es lo que tienes metido en esa cabeza?! ¡¿Ahora resulta que además de musico quieres ser marica?!

— ¡Clara, por favor!

— ¡Baja y dime qué fue lo que hice mal contigo!

Arrullé a Valerie lo mejor que pude, la apreté contra mi pecho y resguardé sus pequeñas manos en las mías. La energía sin fondo que la caracterizaba pareció desvanecerse. No se removió más o hizo algún ruido para que la dejara ir, simplemente se quedó estática en una misma posición, casi como si no quisiera empeorar la situación. Los exámenes médicos siempre recalcaban el posible retraso cognitivo que Valerie tenía a causa de su epilepsia, pero la intuición tan fina que tenía me hacía dudar.

— Cantame una canción. — Me dijo ella al oído, y eso fue exactamente lo que hice. 

Con las pocas fuerzas que me quedaban, le susurré una melodía inventada. Le rogué al cielo que aquello fuera suficiente para envarcarla en un viaje diferente, uno en que su madre no estuviera gritando en la cocina y su padre no estuviera tratando de calmarla. Por mi culpa estaba pasando todo eso, pero yo no podía hacer más que cantarle, cantarle y esperar a que su edad le permitiera olvidar.

Las peleas con mi madre se incrementaron meses antes de terminar noveno grado, justo cuando tenía en la cabeza más dudas que respuestas. Yo le empecé a contestar con más ganas, ella consiguió que su mano se volviera más pesada. Poco a poco, nos volvimos incapaces de hablar sin discutir. Ella tenía un genio bastante volátil, y yo una boca demasiado grande. Quien quiera que nos viera diría lo mismo; éramos una mala combinación que lastimosamente compartía sangre.

Al igual que las palabras que iniciaban todo, las victorias iban por lado y lado. A veces era mamá, a veces era yo. Otras veces Jonatan no aguantaba más y acababa por unirse al coro de nuestros gritos. No obstante, lo de esa vez no tenía punto de comparación. Cuando lo supo todo de mí, su voz mutó. En lugar de la rabia vino la ira, abalancha que luego mutó a dolor. Era como si el sólo hecho de descubrirme le repudiara en lo más profundo. Como si yo ya no sirviera para nada más que no fuera para traer decepción.

Y yo no pude decir nada para defenderme. Había estática en mi cabeza, tanta que no podía ni moverme. Si no hubiera sido por la llegada de Jonatan en son de ayuda, el dolor de mamá hubiera terminado por aplastarme.

Cuando sentía que una situación me superaba, tendía a dejarme llevar por la idea de que algún día se convertiría en una anécdota más. Tal vez mañana, o pasado. Quizá recordara ese mal trago la próxima semana, o el mes entrante. Así que lo hice de nuevo. Me acosté junto a mi hermana en el piso de madera y proyecté una fantasía que filtraba los gritos. Pero de pronto, algo en mi sudadera vibró.

Cuando El Sol No Brilla (Gay 🏳️‍🌈)Where stories live. Discover now