Capítulo 12; Los que verdaderamente importan (Alex)

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HE VUELTO, NO MORÍ

Como las veces pasadas; 

1) Quizá el capítulo esté algo largo. Pero x, somos chavos(? 

2) Perdón por la tardanza. 

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El cementerio era un lugar extraño.

La primera vez que lo visité, fue porque el hijo mayor de un amigo de mi madre falleció. La culpa la tuvo una bala perdida. El chico iba a la tienda a comprar alguna cosa para envolatar el hambre. Sin embargo, no era como si la necesidad lo hubiera sacado de la protección de su hogar. Al contrario; tenía alimentos en el refrigerador, al igual que tres de huevos en el cajón de arriba de la cocina. Pero él acababa de cumplir doce y la idea de agarrar parte de sus ahorros y salir por un paquete de papas margarita era bastante provocadora. Así que cogió un par billetes arrugados, se puso sus crocs verdes y salió para nunca más volver.

Estuvimos acompañando a la familia casi todo el día. Mamá se ofreció voluntariamente a llevar a cabo algunas cosas que el padre del chico no tuvo fuerzas de hacer. Llamó a quienes se tenía que llamar, encargó dos ramilletes blancos a la floristería de la funeraria y hasta habló con los de la capilla local para que por favor le hicieran una misa rápida. Hizo aquello sin dejar de agarrarme fuertemente de la mano, asegurándose que yo estuviera tras de ella en todo momento. No me quejé, porque en serio no quería que sus manos frías abandonaran las mías.

No en medio de tanta gente hecha polvo y un vistoso ataúd justo frente a mis narices.

El viento otoñal tiró varias veces la pancarta que contenía el nombre del difunto, y sólo cuando los allegados se decidieron a quitarla yo me digné a leerla por fin. Habría preferido no hacerlo, pero me parecía de mal gusto estar en el entierro de alguien sin al menos tener una pista de quien fue.

— Mariano solía decir que, de tener un varón, le pondría Darío. Tenía una debilidad por los nombres que empezaban por D. — Mamá abrió la ventana del colectivo y se acomodó mejor en el asiento. Apreté los mil doscientos pesos que tenía en la mano, nadie había pasado recogiendo el pasaje aún. — No estábamos ni en la mitad del bachillerato y él ya andaba pensando en tener una familia numerosa.

Mamá me lo contó después, que ella y Mariano se conocían desde cuarto de primaria. Al principio, ninguno de los dos se hablaba demasiado. No veían la necesidad. Ella acostumbraba a sentarse siempre en las primeras filas del salón, mientras que él estaba bien con el grupito de al fondo. Aunque ambos sabían de la existencia del otro, Mariano le confesó que realmente la conoció cuando ella le estampó su lonchera de Thundercats justo en la cabeza.

— ¡Estás loca! — Le gritó él.

— ¡Pídeme disculpas! — Le devolvió ella.

Resulta que por ese entonces era muy visto que los chicos les levantaran la falda a las mujeres del salón. La mayoría no respondía, y el asunto no iba más allá de una queja que los directicos raras veces acataban. Sin embargo, el choque de mundos se dio en el momento exacto en el que a mamá no le tembló el pulso para contestarle. Luego de esa accidentada jornada, a los dos se les hizo firmar el observador y pagar unas cuantas horas de castigo en el horario que no era el suyo

Las cosas se dieron de esa manera. Porque, contrario a lo que pensaban, pasar tiempo juntos no se les daba tan mal.

Empezaron a gustarse a finales de sexto grado. Nunca fueron novios ni nada parecido, pero sí llegaron a sentir bastante por el otro. Él le escribía notas de amor en la parte de atrás del cuaderno y ella le dejaba cogerle la mano a escondidas de los profesores. Mamá dijo que fue la primera en confesarse, pero luego achinó los ojos y se tapó la boca con el puño. No, creo que no fue así. Mariano siempre fue el atrevido de la relación, era de tomar al toro por los cachos. Yo no.

Cuando El Sol No Brilla (Gay 🏳️‍🌈)Where stories live. Discover now