67. Una luna, arena, palmeras, mar y estrellas que se reflejan en el mar

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Tan pronto como estamos en el aire, Luca me pregunta si quiero ver televisión o si necesito mi laptop o teléfono; niego con la cabeza, solo quiero descansar; por lo que se encarga de sacarme los zapatos y conseguir para mí una manta y una almohada.

Cuando lo escucho regresar a su lugar me vuelvo a girar para verle. Lee una revista con información sobre el lugar al que vamos.

—¿Hay muchas cosas? —pregunto y sonríe; y, al verlo feliz a él, yo igualmente estiro mi boca en una sonrisa.

—Buceo, navegación en Kayak, voleibol acuático, pesca —comienza.

—De eso solo me llama la atención el buceo.

—A mí también —Está de acuerdo.

—Aunque ya arruiné nuestro primer día.

—Pero nos quedan cuatro —Me tranquiliza, y por primera vez reparo en que él siempre es optimista.

—Cierto.

—También hay exposiciones de arte, clases de baile, circuito de aguas termales, Aqua zumba, masajes, yoga fitness, juegos de azar, discoteca... Podemos ir a bailar, jefa...

»Lo mismo cenas bajo las estrellas y... después se puede dormir en la playa.

Recuerdo que Marinaro habló de eso.

—¿Tú quieres dormir en la playa?

Luca guarda silencio sin apartar la vista de la revista.

—No, olvida eso último.

—¿Por qué?

—Es para parejas.

—Ah, qué pena.

—Sí. Pero si podemos ir a la discoteca. —De nuevo me mira animado.

—Sí. Agéndalo.

—¿Y ningún día es de trabajo?

—El último. Y solo dos horas. El resto del tiempo es para que... descansemos.

Él se muestra conforme y otra vez los dos guardamos silencio.

Son dos horas de viaje, sin embargo no me doy cuenta de en qué momento me quedo dormida y en lo sucesivo nada más siento el calor de Luca al aproximarse a acomodar mi manta y también lo escucho pedir a la aeromoza dejarme un poco agua.

Me despierta el anuncio del capitán indicando que estamos por aterrizar. Dejo salir un largo bostezo, me acomodo de mejor manera en mi asiento.

No sé qué tenía ese té, pero me ayudó relajarme y el dolor se redujo de forma considerable.

Nuevamente, justo como lo dijo Luca, se me da prioridad al bajar del avión y la mayor parte del trayecto lo hago en silla de ruedas.

—¿A dónde vas? —le pregunto a mitad de camino, al verlo buscar ir en otra dirección.

No quiero que me deje sola.

—A recoger nuestras maletas para enviarlas al hotel —explica, pareciendo comprender mi preocupación—. No tardaré —añade y asiento. No obstante, cuando está lejos niego con la cabeza, recriminándome haberle cuestionado eso.

Puedo hacerlo todo sin Luca, de modo que le pido al personal del aeropuerto que me siga conduciendo hacia la salida.

Allí me espera la ambulancia. Pero, por lo mismo que él habló con la gente del seguro, no me voy a ningún lado sin que Luca haya vuelto. Él sube a la ambulancia conmigo y nos trasladan a la clínica. Paso por diversos exámenes, hasta que finalmente se me indica que debo tener más cuidado con mi estilo de vida y no dejar de tomar mis medicamentos para que mi gastritis no termine en ulcera.

El asistente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora