59. Esa cloaca llamada Doble R

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59. Esa cloaca llamada Doble R

Desde el policía de la entrada hasta Isadora la recepcionista, en Doble R me reciben como si recordaran un viejo chiste; uno que solo ellos entienden.

—Al menos ya no pareces vendedor de enciclopedias —opina el policía de la entrada, aunque, a diferencia de la primera vez que vine, me deja entrar sin problema.

Isadora, por otro lado, habla a mis espaldas al pasar de ella.

—Entonces es verdad que lo echó —le comenta una mujer de intendencia.

—Dicen que lloró al verla partir —contesta Isadora—. Pipo tuvo que detenerlo para que no se hincara a rogarle que no lo deje.

Lo saben «todo».

Tal como anticipamos, Rico, chófer del señor Rodwell, puso al tanto a nuestros compañeros sobre lo ocurrido anoche. Lo que él cree que ocurrió más suposiciones de teléfono descompuesto.

«Esto será un infierno», suspiro.

Porque aparte de lo dicho por Isadora, escucho más cotilla al avanzar de la recepción al elevador. Al verme, sin preocuparles que me percate de ello, dos conversaciones diferentes comentan el tema.

—Le montó una escena de celos.

—¡¿Medusa le montó una escena de celos?!

—La loba no puede estar encaprichada con ese niño.

—Dicen que a la otra chica la cogió del cabello.

—Es que es guapo.

—Nah. Sobre todo si lo comparamos con Marinaro.

—Llamaron a la policía.

—Por eso no lo toma en serio. Ella solo se acostó con él.

—Lo dijiste mal: Él se acostó con ella.

Al entrar al elevador, mientras los habladores quedan fuera, los miro de frente y sonrío.

—Si quieren saber algo deberían preguntármelo directamente —sugiero.

—¿Nos contarías? —El rostro de cada uno se ilumina.

«Amaré decir esto». Sonrío con más ganas:

—No.

De ese modo las puertas del elevador se cierran con ellos lamentando haber preguntado.

—Ahora al menos viste bien —critican a mi espalda otros compañeros que se encuentran dentro del elevador—. Porque debieron verlo la primera vez que vino. La vampiresa sí que ha invertido.

Molesto, y para que otra vez quede claro que puedo escucharlos, suelto una risa seca.

—¿Entonces sí pudo ser algo serio? —continúan, sin importarles—.Qué bajo cayó Cruella.

—Sí.

¿Qué respondes a eso? ¿«Ustedes no saben nada»? ¿«Ya déjenme en paz»? ¿«Aprenden a meter las narices en su propia vida»?

Cuando por fin elijo una respuesta las puertas del elevador se abren y los ocupantes salen rápido pese a que ninguno va tarde...

Y me dejan solo.

De cualquier manera, en los pasillos del tercer piso la situación no es distinta:

—Mira, ahí está él... y solo.

El asistente ©Where stories live. Discover now