55. Rojo

45.4K 8.1K 9.5K
                                    

No sé si están preparadas/os para esto, pero ahí va...

------


55. Rojo

Si la mañana que entré por primera vez a la oficina de Ivanna Rojo me hubieran dicho que llegaría el día en que la sujetaría de la cintura para que no se vaya a los golpes con Pru, no lo hubiera creído. Juro por mi Funko de linterna verde edición especial que no lo hubiera creído.

—¡Ya! —repito, colocándola de cara a mí contra la puerta de copiloto del Sedan negro.

Y como este baja las ventanas puedo darme cuenta de que Pipo se halla dentro. Pipo con una mano en la cara y encogido en su asiento, claramente avergonzado de la actitud de Ivanna.

—¡Me sacó la lengua! —me pasa queja ella a mí.

Sí, queja.

—¿Y esa es razón suficiente para quererla golpear?

—¡Sí!

«¿Sí?»

La mantengo contra el Sedan a manera de inmovilizarla. Está fuera de sí.

—¡Es una mosca muerta!

—Tú no la conoces como yo —le hago ver—. Fingir que no le duelen tus palabras es un mecanismo de defensa.

Ivanna cambia de forma brusca de actitud y ahora me mira seria, lo que resulta confuso; pero como percibo que se calmó la libero.

—¿Ya no la quieres golpear?

—No, a ella ya no —asegura, sin apartar la vista de mí.

Dejo salir aire que retengo.

—No puedo creer que hayas caído en manos de una manipuladora —me reprocha y, soltando una risa gélida, levanto significativamente mis cejas a modo de pregunta—. Otra además de mí.

Pero es mi turno.

—Yo jamás te hice un espectáculo así.

Ella echa la cabeza hacia atrás riendo.

—«Hasta que te conocí» —canta como recordatorio.

—Déjame terminar —levanto mi dedo índice—. Yo jamás te hice un espectáculo así sobrio.

—¡A ti jamás te ha cantado! —aprovecha Ivanna para echarle en cara a Pru y de nuevo debo sujetarla contra el Sedan—. ¿O le cantaste? —me pregunta, enfadada.

—No.

—O peor todavía —juro que está a punto de ejecutarme con la mirada—, ¿la dibujaste? ¡¿La dibujaste?!

En un dos por tres vuelve a perder los estribos.

—¡No! —insisto y escuchar eso vuelve a calmar a Ivanna, de modo que una vez más la libero y, coqueta, procede a acomodar hacia un lado su cabello y revisar su maquillaje en el espejo retrovisor del Sedan.

Es como subir a una montaña rusa.

Mientras tanto Pipo, en silencio, aún con la cara puesta en otro lugar, niega con la cabeza.

—Salí con ella cinco años y muchas cosas pasaron, pero nada se asemeja a lo que he vivido contigo —explico.

—Por supuesto —sonríe Ivanna, triunfal.

—Pero eso no significa que no la haya querido —miro hacia donde se encuentra de pie Pru y le sonrío.

No puede escuchar lo que hablamos pero me lanza un beso. No obstante, cuando regreso mi atención a mi Ivanna, otra vez tengo sus ojos de tiburón en mi dirección.

El asistente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora