ix.

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Cuando volví a abrir los ojos, lo primero que noté fue que me dolían las muñecas y los brazos. Estaba sentada en el suelo con los brazos atados hacia atrás, rodeando lo que parecía ser un poste, un tubo o algo por el estilo. Todo estaba oscuro, la única fuente de luz era una ventana que iluminaba el cuarto.

Tenía miedo.

No sabía qué me iban a hacer. Tal vez ya me habían violado y no me había dado cuenta.

Tal vez apenas lo iban a hacer.

Me preguntaba qué iba a hacer Reese cuando no me encontrara por ningún lado. Tal vez pediría un Uber y se iría a casa, tal vez ni siquiera se daría cuenta por lo enfocada que estaba por ese actor.

Pareciera que se dieron cuenta de que me desperté, porque una puerta se abrió, mostrando aún más del cuarto, por la luz que salía de la otra habitación. Eran solamente cuatro paredes.

—¿Y tu hermanita? —preguntó la ardilla.

Ahora sí me dio aún más miedo.

No podía permitir que algo le pasara a Reese.

—Tienes que hablar, niña —me amenazó el cuerpo de la enorme mujer—, podemos ser amigas.

—Suéltame —le pedí.

Ella caminó hacia mí y se puso de cuclillas.

—¿En dónde está tu Otro? —me preguntó—. ¿Dónde tienes el corazón del Muerto?

Fruncí el ceño.

—No sé de qué demonios me hablas —le dije.

—¡Dime, idiota! —me gritó y se acercó a mí aún más rápido.

Su mano chocó con mi mejilla, haciéndome gritar del dolor. Con los ojos cerrados, pensé hace noches atrás, cuando estaba en la fiesta, jugando, tomando, divirtiéndome. Todo estaba muy bien.

—No lo hagas más difícil para ti —me amenazó.

—No sé de qué hablas —sollocé.

Me dio otra estruendosa cachetada. Esta vez no grité. Se escucharon unos pasos más rápidos y abrí los ojos para encontrarme a un enano con máscara de perico a centímetros de mi cara.

—¿Es esta cosa? —le preguntó el perico, refiriéndose a mí.

—Órdenes son órdenes —le dijo la ardilla.

—Es muy fea. Todos aquí son muy feos.

Ya no podía con las lágrimas que salían de mis ojos. No entendía nada de lo que me pedían, jamás había escuchado que alguien hablara del "Otro" o de este tal corazón del Muerto.

—Quítate, idiota —le dijo la ardilla al perico.

El perico se hizo a un lado, pero no dejaba de mirarme. La ardilla tenía algo entre sus manos, lo que parecía un látigo.

—Te lo preguntaré una vez más, Alessa —me dijo, mientras que miraba el látigo—. ¿En dónde está tu Otro y el corazón del Muerto?

Podía inventar algo, muchas mentiras llegaron a mi mente. Solo que sabía que mi vida estaba en juego. Tarde o temprano se darían cuenta de que estaba mintiendo y me lastimarían aún más.

—Ya te dije que no lo sé —susurré nerviosa.

La ardilla alzó el látigo y me dio en el brazo. Grité del dolor y seguí llorando.

—No sé que es eso —lloré—. Te lo juro por lo que quieras.

—¿En dónde está tu Otro y el corazón del Muerto? —volvió a preguntarme.

—¡Más duro! —brincaba el perico—. Dale más duro.

—No lo sé —volví a responderle.

Me volvió a golpear en el brazo. Dolía tanto que podía incluso mandarla a mi departamento, pero sabía que ahí estaba Reese.

—Por favor —le supliqué despacio.

—¿En dónde está tu Otro y el corazón del Muerto? —hizo la misma pregunta.

—¿Puedo golpearla yo? ¡Ya me toca! —le dijo el perico.

—Sácate de aquí, estorbo —le dijo la ardilla.

—¿En dónde...? —empezó a preguntar otra vez.

—¡No lo sé! —saqué la voz desde el fondo de mí misma.

Me rindo. Si ese era el momento de mi muerte, que lo sea. Ya no podía más con el ardor y el miedo que sentía en ese momento. No sabía de qué eran capaz esas dos personas, tampoco entendía lo que querían de mí. Yo soy nadie, yo no soy nada.

—Ugh, en momentos como este quisiera ser como Morgan Freeman —dijo la ardilla.

—Mi Amo puede hacer que venga a ayudar —le dijo el perico.

La ardilla le dio un latigazo a él también, pero no se movió tanto, como si no le doliera como a mí.

—No vamos a molestar a nuestro Amo con estupideces —le dijo la ardilla y me volteó a ver—. Nuestra nueva amiga Alessa nos lo va a facilitar, ¿verdad?

—En... en serio... —empecé a balbucear—... no sé de... de qué hablas...

—Duérmela —le ordenó la ardilla.

La ardilla dio media vuelta y salió por la puerta. Mientras tanto, el perico saltó hacia mí y empezó a frotar sus manos rápidamente.

—Te prometo que no sé de qué habla —le lloré a aquel enano.

—Ya lo veremos —rio.

El perico separó sus manos y acercó una a mi cabeza. Su tacto hizo que me empezara a sentir mareada y que mis párpados se sintieran pesados. Lo último que vi esa noche fue la máscara de perico.

The Others » timothée chalamet Onde as histórias ganham vida. Descobre agora