Capítulo XXIV

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Louis cargó con más fuerza su bolsa cuando sintió que se le resbalaba de debajo del brazo.

Se detuvo frente a unas bancas, dejó el bolsón sobre esta y se sentó un momento a recobrar el aire que le estaba faltando. Inspiró hondo con necesidad, pensando en los tiempos en que caminar le era tan fácil cuando no tenía que cargar con una gran panza que habitaba un cachorro que no dejaba de moverse.

—Amor, mamá está cansado. —Le habló bajito, aun con la voz agitada—. Por favor bebé, dame un descanso.

El ojiazul sonrió cuando su cachorro dejó de patear, deteniendo los movimientos suavemente dentro de él. Se quedó unos minutos más ahí sentando, normalizando su respiración y acariciando con ambas manos su vientre abultado. Cerró los ojos un momento, repasando el plan en su cabeza una vez más.

Hace una hora, había dejado la casa de Harry.

En la mañana, después de que se fuera al trabajo, se dedicó a empacar sus cosas en la misma bolsa que llevaba cuando llegó ahí. Con la nostalgia inundándolo pero con el coraje decidido, terminó de guardar todas sus pertenencias para después tomar un vasto desayuno que esperaba le durara mucho tiempo en el estómago.

Después, tomó un prolongado baño que le sirvió para calmar los nervios cuando el miedo comenzó a colarse en su parte racional. Era cierto que sabía lo que hacía, después de todo, ya era un adulto. Sin embargo, el desconocer lo que te espera siempre logra asustarte y ponerte ansioso, pero él estaba seguro de que hallaría la manera de salir adelante y encontrar un buen lugar para su cachorro.

Antes de salir de la casa, se abrigó bien y repasó la casa bajo sus orbes una última vez. Sonrió a los recuerdos, a los buenos y a los malos.

Estuvo a punto de salir, pero su omega persuasivo lo convenció de ir a su habitación por última vez.

Atravesó la pequeña sala rumbo a la habitación del rizado, sintiéndose débil cuando tomó la perilla y la giró con un leve chillido. Cuando el cuarto se dibujó ante sus ojos, una vaga lágrima se deslizó por su mejilla.

Caminó a la cama y se dejó caer en ella, tomó la almohada del lado contrario y aspiró con necesidad el aroma de Harry. Abrazó con brazos y memoria su olor, recordando muy bien su esencia para cuando la debilidad lo atisbara y necesitara el recuerdo de un alfa protector.

No supo cuánto tiempo permaneció allí, pensando y con el corazón apretado. Sin embargo, cuando la decisión le recordó que no había vuelta atrás, tomó sus cosas y dejó el lugar.

Y ahora estaba ahí, bajo la leve resolana de las tres de la tarde aclarándole los cabellos lacios. Suspiró. Debía apresurarse si no quería que le entrara la noche estando solo en las calles. Sabía que la estación del tren permanecía abierta las veinticuatro horas, pero entre más rápido tomara el suyo, mejor.

Se puso en marcha de nuevo y caminó una cuadra más para llegar al supermercado donde solían hacer la despensa. El tren tardaría aproximadamente seis horas en llegar a Francia, así que necesitaba comprar lo indispensable para que su estómago permaneciera tranquilo hasta llegar a la capital.

Dentro del supermercado, se dirigió a los pasillos y tomó un par de galletas, un jugo y una botella de agua. No podía darse el lujo de gastar mucho dinero, tenía lo suficiente para llegar y sobrevivir un par de días, pero no quería retar a su suerte.

Agradeció al cielo cuando se le ocurrió guardar una parte de sus ahorros en otro lugar. Había tenido la idea de separarlo en caso de emergencias y sintió alivio cuando descubrió que seguía ahí. Si Harry igual lo hubiera tomado, probablemente no se hubiese atrevido a irse.

The war is blue || L.S. (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora