Capítulo III

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Cuando Louis despertó por la mañana, su realidad lo recibió con el silencio de una casa vacía.

Había despertado por el constante brillo iluminando sus párpados, dándose cuenta al abrir los ojos que se trataba de un débil —pero notorio— haz de luz atravesando los pliegos de papel periódico de la ventana. Parpadeó un par de veces más hasta que sus retinas se adaptaron al rayo luminoso, el cual caía justo en sus orbes, haciéndolos lucir un azul mucho más claro de lo que eran. Los cerró cuando el brillo fue demasiado, tallando sus ojitos con los puños.

Bostezó y se puso de pie, estirándose en cuanto su cuerpo salió de la cama. Mientras emitía otro bostezo, caminó hasta la mesita donde había dejado sus bolsas para sacar su cepillo de dientes. Una vez lo tuvo entre sus dedos, salió de la habitación con un suave crujido de las bisagras que sostenían la puerta.

Se dirigió a la habitación del rizado, abrazándose a sí mismo. La cama junto a las mantas lo habían dejado calientito, y salir a la sala fría en una delgada bata de dormir no ayudaba para nada.

Es por eso que, en cuanto entró, cerró la puerta detrás de él, suspirando en cuanto la calidez lo rodeó por completo. Sin embargo, no fue lo único que sintió al entrar. Casi de inmediato, su nariz fue golpeada por el olor natural del mayor, llenándole las fosas nasales de un olor denso y fuerte, que le sabía a humedad, dureza y, en el fondo, a un nítido aroma a colonia sumamente masculina.

Louis agradecía estar embarazado porque, de no estarlo, podría entrar en celo ahí mismo por lo intenso que era el olor. Simplemente era demasiado.

Casi conteniendo la respiración, se dirigió al baño y se encerró en él. Para su suerte, no tenía la misma magnitud de aroma. Iba a cepillarse los dientes para salir rápidamente del dormitorio, pero su reflejo en el espejo lo dejó observándose los ojos hinchados. Suspiró.

Se había dormido llorando por tantas razones que de solo pensarlo se le aguaban los lagrimales.

Había llegado a esa casa con las emociones echas un lío, y la gran cantidad de tiempo que estuvo sentado en el sofá sin hacer nada, no fue un gran incentivo para mantener su mente ocupada y evitar pensar en la realidad que lo rodeaba. Mientras Harry se partía el lomo habilitando la bodega en un cuarto, él solo se mantenía cavilando en lo que sería su nueva vida junto a un hombre que no lo deseaba ahí.

Porque eso era: una vida completamente diferente.

Los últimos meses se había acostumbrado al hogar que tenía junto a Mick. Desde el colchón en el suelo hasta la vieja estufa de la cocina, Louis se acostumbró desde el principio a vivir en ese pequeño departamento. La mayoría del tiempo se mantenía ahí, por lo cual se moldeó rápidamente a una rutina que le agradaba. Una rutina calmada pero eficiente, en un hogar donde conocía todo lo que pasaba y era un miembro totalmente bienvenido.

Estaba más que adaptado a ese estilo de vida. Adaptado a la rutina, a lo acostumbrado y a lo que ya conocía.

Es por eso que salir de su zona de confort lo hacía entrar en pánico. Sentía la confusión de su omega latente en él, gimiendo desamparando en el fondo de su pecho por lo desconocido que era todo. Le aprisionaba el pecho y lo ponía nervioso, al punto de hacerlo morder sus labios gracias a lo abrumante que era lo nuevo. Lo hacía sentir inútil y torpe, como un novato entrando por primera vez a las puertas de un trabajo que jamás en su vida ha practicado.

En el fondo sabía que terminaría por adaptarse, pero, en lo que lo lograba, la incertidumbre lo carcomería por dentro hasta que por sí solo descubriera su lugar en esa casa.

Y, como si eso no fuera suficiente para terminar de angustiarlo, Harry le recordaba con su hosca actitud lo mucho que le molestaba tenerlo ahí. Si de por sí le era difícil mantenerse sin desmoronar por todo lo que estaba atravesando, imagínense cuando, en un intento de agradecimiento por el hospedaje, el alfa le respondió de esa manera. Sinceramente, había terminado de romperlo por completo.

The war is blue || L.S. (Omegaverse)Where stories live. Discover now