Capítulo veintitrés: Un poco no le hace mal a nadie

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Me quedo como una tonta mirando la cara de lastima de Max, siento que algunas personas me empujan por lo que miro a los lados algo nerviosa, asegurándome que nada de esto sea una broma, pero en su cara hay un extraño rubor y una mirada un poco diferente. 

— ¿Podemos hablar en un lugar más privado? —dice lo suficientemente alto para que pueda escucharlo.

Me siento un poco extraña, con un escalofríos recorriendo mi cuerpo. Finalmente asiento un poco temerosa, él me sonríe de medio lado y vuelve a agarrar mi mano con suavidad, mi corazón da un vuelco inesperado cuando en lugar de rodearme la muñeca, entrelaza nuestros dedos. Me jala un poco, para hacerme salir de mi trance y que pueda seguir sus pasos entre la multitud.

Aprieto mis labios en una fina línea mientras caminamos por un pasillo, cada vez las personas son menos y me hace preguntarme por qué nunca había visto este lado de la casa, él abre una puerta enorme y se recuesta en esta para hacerme pasar.

Doy pasos lentos e inseguros, y me detengo de repente cuando escucho la puerta cerrarse. Intento calmar mi acelerado corazón viendo el lugar, es como la oficina de mi mamá, excepto que  3 de las cuatro paredes están llenas de bebidas alcohólicas, y la otra llena de libros, hay un extraño olor a uva y madera, me quedo un poco tiempo recorriendo todo el lugar con mis ojos, hasta que escucho pasos y volteo sobre mi hombro, Max está caminando un poco lento, se recuesta de un pequeño escritorio y vierte un poco de liquido sobre una copa, luego vuelve su atención hacia mí, extiende la copa en mi dirección y luego se bebe medio contenido de la misma, suspiro pesadamente y volteo para quedar frente a él en una distancia más o menos razonable para mí, es decir, como de un extremo a otro.

— No sabía que eran fanáticos al alcohol —digo para romper la tensión que se está formando en el lugar.

Max se encoje de hombros y deja la copa sobre la mesa, apoya ambas manos en sus rodillas y se inclina hacia delante, mirándome fijamente.

— Es Mery... Tiene una cosa con los vinos añejos.

Asiento y vuelvo mi atención a todas las botellas inclinadas en las paredes.

— ¿Estás nerviosa, Edison? 

Lo miro algo sorprendida, él se ve muy serio y yo realmente estoy poniéndome algo nerviosa, porque es obvio que el vino le ha hecho efecto y ahora estamos los dos encerrados en una habitación alejada, con música a todo volumen para que nadie pueda escucharme...

Alá, sácame de ésta... ¡No me abandones! 

— No estoy nerviosa —miento.

— Entonces ven... No voy a hacer nada que no quieras.

Me detengo a pensar por un segundo... ¿Qué es lo que quiero? ¿De Max? O mejor dicho... ¿Qué es lo que no quiero?

Oh Alá... Libérame de estos pensamientos impuros.

Doy un par de pasos, hasta el punto que ahora estamos cerca, casi casi respirando el mismo aire, él me sonríe y de repente pone la copa de vino entre nosotros y me levanta una ceja, enseguida frunzo el ceño.

— Yo no bebo —digo firmemente.

— No tuviste problemas en beber cervezas de más la última vez.

— Eso es diferente.

— Sí, tienes razón. Ahora estás más a salvo, estoy aquí para cuidarte y además, estás a pocos pasos de tu casa. Es más seguro, nadie intentara violarte o robarte.

Eso es bueno saberlo, especialmente la parte de violar. 

— Vamos —sigue hablando, meneando la copa frente a mi—, un poco no le hace mal a nadie.

Diferentes [D#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora