Capítulo 23

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—Se va a llamar Tessa

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—Se va a llamar Tessa.

La voz suave de Samuel nos sacó del silencio. La perrita levantó la cabeza como si supiese que estábamos hablando de ella.

—Tessa, ¿eh? Suena bien, me gusta.

Decidimos quedarnos en casa luego de sacarla a dar su paseo diario. El frío te invitaba a quedarte toda la tarde metido bajo las cobijas, o por lo menos tomando algo calentito. Nosotros nos decidimos por la segunda opción. Samuel se quedaría a dormir en casa esa noche, y la sola idea de pasar una noche entera con él después de todo lo que pasó entre nosotros, me resultaba maravillosamente aterradora.

—Mis padres querían preguntar si podía llevarla al instituto, pero no creo que sea buena idea. Todos van a querer tocarla y eso puede ser muy agobiante para ella. Además, tú estás cuidando de mí todo el tiempo, así que prefiero que se quede en casa descansando.

—Estoy de acuerdo. Siempre dicen que no debes tocar o darles comida a los perros lazarillos a menos que su dueño te de permiso, pero creo que eso va a ser bastante difícil de controlar estando en el instituto. Y sí, me tienes a mí, yo soy tu lazarillo —comenté con una sonrisa—. El otro día vi una receta de nachos con queso por internet. Son súper fáciles de hacer, si quieres puedo intentarlo y que salga lo que salga.

Él soltó una carcajada.

—Eso suena bien.

Mi madre nos prestó la cocina con la única condición de que dejáramos todo tan limpio como lo habíamos encontrado.

Busqué la receta de los nachos en internet mientras conversaba con Samuel sobre varios temas a la vez. Él solía decirme que en ocasiones era difícil seguirme el hilo porque era del tipo de persona que comenzaba contando una cosa y se iba por las ramas hasta el punto de terminar hablando de otro tema completamente distinto. Pero supongo que él se había terminado acostumbrando a eso. Incluso conseguía mantener una conversación medianamente coherente conmigo.

Preparamos los nachos y salieron bien, mejor que el intento de salsa de queso que tratamos de hacer. Aunque tampoco estaba tan mal después de todo. Cumplimos con la promesa de dejarle todo limpio a mamá, y volvimos a meternos a la habitación. Tessa nos miraba desde su rinconcito con una cara súper chistosa.

Nos enchufamos los auriculares y pasamos la siguiente hora enfrascados en el audiolibro. Lo único que podía escucharse en la habitación era el crujido de los nachos cuando los masticábamos, y alguna expresión vaga que lanzábamos al aire cada vez que sucedía algo interesante en la historia.

—Ese final fue muy inesperado —comentó Samuel, quitándose el auricular.

—Nunca me esperé que la madre del prota fuera la diosa del mundo escondido, este autor sí que sabe cómo tomarte por sorpresa.

Samuel se levantó del suelo y sacó una bolsita con las croquetas de Tessa de su bolsillo. Lo guié hasta ella, y mientras le daba de comer, me preguntó:

—¿Dónde voy a dormir?

Me quedé en blanco.

Siempre era yo el que me quedaba en su casa, y él tenía una cama marinera, que era la que yo solía usar. Yo no tenía ni siquiera un sobre de dormir para ofrecerle.

—Usa mi cama, yo duermo en el piso.

—¿En el piso? Pero hace frío, Eli. Te vas a congelar. ¿Tienes algún colchón o algo?

—Nop —contesté —, pero me arreglo con algunas frazadas.

—Ni hablar. Duerme en la cama.

—¿Y tú dónde vas a dormir, en la cama de Tessa? No entras, estás demasiado grande.

Él se rio.

—Entonces durmamos los dos en la cama. No te vas a acostar en el suelo.

Tragué saliva. Temía que en algún momento se le ocurriera esa idea. No era algo tan descabellado después de todo, ¿verdad?

Mientras él se cepillaba los dientes y se ponía el pijama, yo me había sentado en la cama a pensar en la mejor manera de no hacer el ridículo. Era mi mejor amigo, y se había quedado a dormir porque yo lo invité. ¿Qué tan malo podía ser que compartiéramos la cama?

Cuando regresó, sentí que el corazón se me saldría por la boca.

Tanteó la cama y se subió a ella, gateando. Yo ya me había metido bajo las cobijas y me había tapado hasta las orejas. Me temblaba todo el cuerpo.

—Eli, ¿tienes frío? estás temblando.

—Sí, sí, un poco, pero ya se me va a pasar.

Sentí su peso a mis espaldas y el calorcito de su cuerpo. Su ropa siempre olía a suavizante, me encantaba ese olor.

Me abracé a mí mismo y apreté los ojos para intentar dormirme lo más rápido posible, y en ese momento, sentí los dedos huesudos de Samuel trepando sobre mi mano. Se acercó a mí con algo de timidez y me rodeó con el brazo, como si intentara protegerme del frío. Pero no era frío lo que yo sentía. Estaba muy nervioso.

—Estoy bien, Sam —dije en un hilo de voz.

—Estás temblando.

—Estoy bien —repetí.

—Eres un tonto, Elías. Realmente lo eres.

Aquel comentario me tomó por sorpresa. Su voz sonó demasiado agresiva como para provenir de alguien tan dulce como Samuel.

—¿Por qué me estás diciendo eso?

—Porque lo eres. ¿Por qué huyes de mí todo el tiempo? Dijiste que no querías que nada cambiara entre nosotros pero no paras de escapar de mí. ¿Es que me tienes miedo?

No sabía qué responder. No le tenía miedo a él, me tenía miedo a mí mismo.

—Gírate —ordenó—. Que te gires, tonto miedoso.

Me giré sobre mi espalda hasta quedar frente a él. La luz de la luna nos iluminaba de forma muy tenue a través de las cortinas. Samuel estaba enojado. Tenía el entrecejo fruncido y los labios apretados. Yo no quería ver mi cara en ese momento. Seguramente lucía como si estuviese a punto de ponerme a llorar.

—Yo no... No te tengo miedo. Pero hablamos de esto y dijimos...

El aliento cálido de Samuel contra mis labios me hizo tragarme mis palabras. Su mano se deslizó desde mi cintura hasta mi nuca. Sentí sus dedos enredándose en mi pelo, sus yemas tocando mi cuello, y sus labios. Esos labios que tanto echaba de menos estaban de nuevo sobre los míos. Fue un beso corto, fugaz pero muy intenso. No sabía si por eso me había quedado sin aliento, o simplemente eran mis nervios los que estaban acabando conmigo.

—Eres un tonto, Elías —dijo otra vez, luego me dio la espalda.

—Eres un tonto, Elías —dijo otra vez, luego me dio la espalda

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La subjetividad de la bellezaWhere stories live. Discover now