Capítulo 15

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—Asómate a la ventana

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—Asómate a la ventana.

Lo vi a través del cristal luchando con la tranca de su ventanal, mientras sostenía el teléfono con el hombro. Cuando consiguió abrirla, se asomó apenas, y el viento frío le apartó el pelo de la frente.

—¿No es más fácil que vengas o que yo vaya?

—No, así es más divertido. Además está lloviendo.

Sonrió, luego apoyó los codos en el borde de la ventana.

—Hace un montón de frío, siento las mejillas heladas. ¿El día está triste?

—¿Triste? ¿te refieres a gris? Sí, está bastante oscuro para ser pleno mediodía.

—Descríbeme lo que ves.

—Bueno, hay nubes muy tristes cubriendo todo el cielo, y hay mucho viento. En la calle, las hojas secas de los árboles vuelan en forma de remolinos, y los árboles que ya se quedaron sin hojas se sacuden de un lado a otro. El árbol que me espantó el otro día parece como si se estuviera peleando con un monstruo invisible. —Su risa cálida acarició mi oído y me hizo cosquillas—. Luego está la casa del frente, esa que parecía embrujada pero ahora se ve bonita. Está pintada de cielo y corteza de árbol en los bordes de las ventanas y puertas. En la ventana de arriba hay un chico. Tiene el cabello como el carbón apagado y los ojos del color de las avellanas. Ahora mismo está sosteniendo el teléfono con una mano y está sonriendo. Parece que tiene un poco de frío, porque tiene la nariz colorada. Está vestido con un suéter de lana del color del cielo en la noche.

Volví a escuchar su risotada mientras se frotaba la nariz.

—Aprendiste muy bien a usar las metáforas. No sabía que hoy me había vestido de azul. Creo que este sería mi color favorito. Gracias.

—Casi toda tu ropa es azul, aunque también te he visto con algunas camisetas rojas. La primera vez que te vi llevabas una roja oscura.

—¿Todavía te acuerdas?

—Claro que sí, si me espantaste. Pasé como una semana creyendo que había visto un fantasma.

Otra vez lo escuché reírse.

—Eli, ¿alguna vez tuviste un mejor amigo?

—Sí, en la escuela. Nos conocimos la segunda vez que cursé segundo año. Yo no tenía muchos amigos porque era un niño muy tímido, y además, los otros chicos no querían juntarse mucho con el burro de la clase. Pero este chico era tan peculiar como yo. Nos hicimos amigos el día que le presté un borrador, y luego de eso éramos inseparables. Los maestros tenían que sentarnos lejos uno del otro porque siempre nos distraíamos en clase. Estuvimos juntos hasta el último año de escuela, pero sus padres se mudaron así que no pudimos ir al mismo secundario. Prometimos comunicarnos seguido, pero con el tiempo, la comunicación fue perdiéndose hasta que finalmente dejamos de hablar.

—Qué pena que no hayan podido iniciar la secundaria juntos...

—Sí, pero siempre creí que todo pasa por una razón. Sigo teniendo muy buenos recuerdos de él y agradezco que se haya topado en mi camino, hizo que mi vida en primaria fuera un poquito más fácil.

—Pero si a pesar de todo tuviste buenas experiencias, ¿por qué siempre dices que no te gusta conocer gente nueva y hacer amigos?

—Porque también me he topado con gente mala. Digamos que hace un par de años yo era un chico demasiado ingenuo. Confiaba en todo el mundo y me he llevado muchas decepciones. Creer que todo el mundo es tu amigo no siempre funciona bien, fui aprendiéndolo con el tiempo y eso me hizo volverme más reservado.

—¿Y por qué conmigo fue diferente?

Solté un largo suspiro.

—No lo sé, tú eres especial. Eres diferente a los demás chicos.

—Debe ser porque te enseñé a leer en código secreto.

—Posiblemente.

Nunca fui demasiado bueno para expresarme. Me costaba encontrar las palabras adecuadas en los momentos justos. Podía expresarme mejor cuando estaba enojado, pero nunca salía nada bueno de mi boca cuando me dejaba llevar por mis emociones negativas. Tampoco tenía demasiado claro el por qué Samuel se había convertido en mi amigo. La definición de "especial", no acababa de abarcar todo lo que su amistad significaba para mí, pero era lo único que me salía decirle.

—Eli, tú para mí también eres especial. Estoy feliz de que seamos amigos. Te lo digo todo el tiempo, espero que no suene raro.

Samuel no temía demostrar sus sentimientos, eso era una de las tantas cosas que admiraba de él. No sentía vergüenza a la hora de expresarse y tampoco parecía forzarlo. Esa era su naturaleza.

—Tranquilo, está bien. deberías meterte ya, se está poniendo muy frío y no quiero que te enfermes justo cuando estamos por irnos de fiesta.

—Es cierto, ¡faltan apenas dos días!

percibí en su voz un dejo infantil que me resultó adorable. Así como no tenía pelos en la lengua a la hora de expresarse, tampoco se contenía para mostrar sus emociones. Le importaba muy poco lo que los demás pensaran. 



La subjetividad de la bellezaWhere stories live. Discover now