Capítulo 4

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Sentía sus dedos delgados acariciando mis caderas, y el aroma de su cabello inundando mis fosas nasales y haciéndome cosquillas en la nariz

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Sentía sus dedos delgados acariciando mis caderas, y el aroma de su cabello inundando mis fosas nasales y haciéndome cosquillas en la nariz. Se acurrucó contra mi cuerpo, escondiendo el rostro en mi cuello. Llevaba un buen rato despierto, y sabía que él también, aunque mantuviera los ojos cerrados. Nos gustaba disfrutar de ese pequeño momento de intimidad, del "regaloneo matutino", como solía decirle él. Era nuestra forma de recuperar el tiempo perdido.

—Tenemos que levantarnos, pequeño dormilón.

—Olvídalo —contestó—, tengo frío.

Lo arropé con las frazadas y rodeé su cuerpo con mis brazos.

Era pequeño en comparación conmigo; su cuerpo era delgado y con poca musculatura, en cambio yo era alto, de huesos grandes y músculos en pleno desarrollo gracias al ejercicio.

—¿Desde cuánto te volviste tan dormilón?

—Dormilón no, perezoso. Y más cuando hace frío.

—¿Piensas quedarte en la cama todo el día?

Asintió, luego volvió a hundir su rostro en mi cuello, a modo de protesta.

Estuvimos acurrucados disfrutando del calorcito de la cama durante un largo rato, hasta que Tessa se levantó para anunciarnos que necesitaba dar un paseo.

Samuel saltó de la cama, y yo casi muero de ternura al verlo con el cabello alborotado y la mejilla que tenía apoyada en mi hombro colorada debido a la presión.

Mientras él tomaba una ducha para templarse, yo me vestí con mi ropa deportiva y salí a pasear a Tessa. Cuando regresé, fue mi turno de tomar un baño para entrar en calor.

Mi madre quiso que desayunáramos con ella antes de liberarnos, porque papá había salido temprano, y ella detestaba desayunar sola.

A media tarde, nuestros amigos —con quienes mantuvimos contacto desde la secundaria—, quisieron reunirse con nosotros en cuanto supieron que Samuel estaba de visita. Así que nuestros planes fueron desvaratados completamente, y en un abrir y cerrar de ojos, acabamos en el centro comercial.

—El piso es como... del color de las nubes, pero brillante, muy brillante —susurré cerca de su oído mientras lo rodeaba con mi brazo. Nos habíamos sentado en unos sofás que estaban en la cafetería de la plaza de comidas del centro comercial—, las luces del techo se reflejan en él. Hay muchas tiendas con vitrinas amplias, y maniquíes que lucen atuendos de muchos colores.

Todavía mantenía la costumbre de describirle nuestro alrededor cada vez que salíamos. Él sonreía complacido mientras me escuchaba, como si realmente se estuviese haciendo una imagen mental del entorno que nos rodeaba. A mí me encantaba enseñarle el mundo a través de mis ojos.

—¿Cómo es el lugar donde estamos?

—Bueno, está al centro del pasillo por el que vinimos caminando. Tiene un pequeño deck de madera, los sofás son de cuerina negra y también tiene algunas mesitas redondas. Hay dos chicas atendiendo a la gente en una pequeña isla que está pintada de color azul.

—¿Azul de día o de noche?

—De noche, como tu camiseta.

Escuchamos la voz de Johana a nuestras espaldas. Su voz aguda, tan característica de ella, gritó nuestros nombres con entusiasmo.

—¡Sami, Eli! —Le regaló un caluroso abrazo a Samuel, luego hizo lo mismo conmigo—. Qué bueno verlos, ¿esperaron mucho? Con Nath nos entretuvimos viendo tiendas.

—Nah, estábamos conversando.

Decidimos quedarnos en el mismo sitio hasta que llegaron los demás. Nuestros antiguos compañeros de clase podían ser tan escandalosos como cuando teníamos quince años; juntarse con ellos se sentía como si regresáramos a nuestros años de secundaria.

Desde el primer momento quisimos ser transparentes con nuestra relación, y nos sorprendió que nuestros amigos se lo tomaran tan bien. Nathaly fue la única a la que le costó más aceptarlo, pero no tenía nada que ver con que ambos fuéramos chicos, sino porque en ese entonces, sus sentimientos por Samuel todavía seguían latentes. Por fortuna, todo fue cuestión de un poco de tiempo, y un nuevo amor que le hiciera olvidar sus viejos sentimientos.

Pasamos la tarde juntos luego de merendar. Samuel contó con entusiasmo su vida de universitario medianamente independiente. También nos enteramos de que Johana comenzó a estudiar para ser personal trainer y Nathaly se metió a la carrera de gastronomía. Los demás todavía estaban por elegir su carrera ideal, o por lo menos una que les dejara un poco de dinero.

Regresamos en autobús, y como era costumbre, yo iba narrándole lo que veía en el camino. Samuel solo me escuchaba, con la cabeza apoyada en mi hombro, los ojos cerrados y una sonrisa. En ocasiones me encantaría poder leer sus pensamientos para poder descifrar qué secretos se escondían detrás de esa dulce sonrisa. Lo cierto es que, a pesar de que lo conocía lo suficiente, Samuel seguía siendo un maravilloso misterio.

 Lo cierto es que, a pesar de que lo conocía lo suficiente, Samuel seguía siendo un maravilloso misterio

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La subjetividad de la bellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora