Capítulo 26

101 12 0
                                    

Nos montamos en el coche y me quedé mirando por la ventanilla durante todo el camino mientras Nash me contaba todo lo que había hecho durante este tiempo. Me daba rabia no haber podido estar para él, aunque a él no parecía que le importase que me hubiese ausentado, sino que estaba de vuelta.

Me imaginaba que estábamos yendo a donde se habían mudado Kane y Nash pero cuanto más nos acercábamos a la playa, más lo dudaba.

–Ya hemos llegado– anunció Kane mientras apagaba el motor del coche.

–¡Yo le enseño la casa!– gritó Nash.

Intenté incorporarme pero mi tripa de embarazada no me lo permitía por más que lo intentase. Esto de estar tan gorda empezaba a inquietarme un poco porque no podía hacer cosas con facilidad que antes si podía, como por ejemplo atarme los cordones de cualquier zapatilla, pintarme las uñas de los pies o depilarme la piernas. Eso sí que era una odisea.

–Espera que te ayudo– dijo Kane. Se bajó del coche y, cuando llegó hasta mí, extendió su mano para que la cogiese. Estuve tentada a ignorarla, pero me había quedado encajada y realmente quería salir del coche, así que se la di y salí lentamente.

Me fijé en la casa que se cernía frente a nosotros a pocos metros de la playa. Al parecer el fútbol profesional le había tratado bien porque la casa era impresionantemente bonita. Tenía un estilo moderno y pulcro. Se trataba de un chalet de ladrillo gris con grandes ventanales con vistas al mar. Una vez entramos me quedé impresionada. Lo que no tenía de alta lo tenía de ancha. Solo tenía una planta, pero una muy bien distribuida. Tenía cuatro habitaciones, cada una con baño propio: una principal, otra la que parecía ser de Nash, otra para invitados y una última a la cual no pude acceder porque la puerta estaba cerrada. Tenía un gran salón con otro baño, una oficina, una moderna cocina y una sala de juegos, a parte de un garaje con gimnasio. No tenía ni idea de dónde había sacado todo esto y, lo que más me sorprendía era que, Kane teniendo todo el dinero que parecía que poseía, seguía con el mismo coche de siempre. No era que desentonase mucho su Nissan Qashqai gris de segunda mano, pero me llamaba la atención.

–Guau, es muy bonita, Nash– murmuré, impresionada.

–Pues aún no has visto lo mejor– señaló Kane, que no sabía que estaba a mi espalda. Me giré para echarle un breve vistazo. Quería hablar con él, pero no delante de Nash. Nash sacó a Chocolate al jardín vallado que se encontraba en la entrada de la casa, ya que por el lado contrario se accedía a la playa y yo aproveché para seguir a Kane. Su espalda estaba más ancha de lo que recordaba y sus músculos se ceñían a su camiseta de manga corta. Le quedaba todo tan bien siempre que me daba rabia. Fijé la vista en otro punto, mientras me guiaba a por unas escaleras que no había visto antes.

–¿A dónde vamos?– pregunté, impaciente. Cada vez me costaba más fiarme de la gente y, después de todo, mi confianza la había perdido hace tiempo.

–Espera un momento y verás.

Estuve a punto de darme la vuelta e ir hacia donde estaban Nash y el cachorro justo cuando abrió una puerta que daba a una impresionante terraza en la azotea en la que había un jacuzzi, varias tumbonas, una barra de bar, un baño y una caseta que imaginaba que sería un trastero, pero me equivoqué al ver que dentro había lienzos, pintura de distintos tipos y el cuadro que le pinté a Nash colgado en una de las paredes con vistas al mar. Me quedé con la boca abierta mirando a mi alrededor, tenía unas vistas espectaculares del mar y no me quería ni imaginar cómo se verían los atardeceres desde aquí, pero traté de ocultar lo impresionada que estaba. Que tuviera ahora una casa de ensueño no le hacía mejor persona, es más, seguía siendo un estúpido.

–Supuse que te gustaría. Cuando vi esta casa y me acordé de lo mucho que te gusta el mar y no pude resistirme– dijo, acercándose a mí.

–Ya veo– respondí, impasible.

Una parte de mí revoloteaba pensando que la caseta lo había hecho por mí, pero sabía que a Nash también le gustaba dibujar, así que lo dudaba bastante. Sobre todo porque a mí me echó cuando se enteró que estaba embarazada. Agradecí internamente que mi memoria me hubiera recordado ese pequeño gran detalle porque simplemente no podía hacer así como si nada y reaparecer en mi vida.

–No me gusta que pongas a Nash en medio ni que lo uses para llegar a mí. No es justo para él– comencé. Era lo más largo que le había dicho desde que apareció en el hospital.

Me miró a los ojos, sorprendido, pero retiré la mirada. No pensaba mirar esos ojos azules que tantas mentiras me habían dicho antes. La primera de ellas que me quería, cuando se veía perfectamente que no era así.

–Lo siento. Tienes razón. Sé que la cagué y no sé cómo hacer para remediarlo– se rascó el cuello.

Tenía la vista clavada en el suelo cuando le dije: –Es simple, ya no puedes.

Miré por el lado de la azotea que daba al camino de entrada y vi a Nash y Choco correteando. Levanté la mano para saludarles cuando el pequeño me vio y me correspondió con una sonrisa mientras le tiraba la pelota al perro. Ambos tenían una energía imparable.

–¿Es por ese chico?– respondió, dejándome descolocada.

–¿Qué chico?

–Leo. El chico con el que sales– explicó.

La situación era de todo menos cómica pero comencé a reírme amargamente. –No me puedo creer que te hayas fiado de la prensa antes que de mí.

–No ha sido la prensa. En el hospital él me dijo que estabais saliendo– se acercó a mí con cara de confusión. La tensión se podía cortar con un cuchillo y la electricidad también. Mi cuerpo aún seguía reaccionando cada vez que se encontraba cerca de mí aunque yo no quisiera que fuera así, lo cual me frustraba bastante.

Estuve a punto de mentirle, de no responderle y hacerle creer que, efectivamente, Leo y yo estábamos saliendo, pero no sabía si era por su cercanía o por la intensidad del momento que no pude: –¿Qué? No estamos saliendo.

Soltó un suspiro de alivio y vi cómo sonreía mostrando los hoyuelos que tanto había echado de menos, así que me volteé para no caer en sus malditos encantos. Céntrate, Autumn. No estás para tonterías, me recordó mi subconsciente y, la verdad, es que llevaba toda la razón.

–Tengo una sorpresa para ti... Bueno, para los dos en realidad– tartamudeó un poco, sorprendiéndome ante la habitual seguridad que demostraba. Se notaba a leguas que estaba nervioso, lo que hacía que estuviese muy intrigada. Sobrentendí que "para los dos" significaba para el bebé y para mí, así que descendí las escaleras de regreso al interior de la casa con ganas de saber qué era lo que tenía que enseñarme.

SEPARADOS ©Where stories live. Discover now