Capítulo 9

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Esa noche no pegué ojo. No me había cruzado con mis padres desde ayer y no sabía lo que me dirían, pero notaba que ya no era bienvenida en esta casa, por lo que a primera hora de la mañana llamé a Maia para contarle lo sucedido y quedamos en que pasaría unos días con ella hasta que todo se calmase lo suficiente como para poder hablar con ellos.

Bajé a la cocina y me tomé un zumo. No tenía ganas de nada. La energía que me había caracterizado la última semana se había esfumado. Ahora solo quería meterme en mi cama y llorar sin parar, pero no podía volver a ese punto de nuevo. Mi bebé me necesitaba. Saqué a Chocolate a pasear y, cuando volvimos, no había nadie en casa. Me estaban evitando, lo sabía. Y la verdad es que no sabía que me dolía más, si el hecho de que me hiciesen el vacío o el que no quisiesen escucharme. Me merecía ser escuchada porque nunca antes les había contado mis cosas y ahora que sentía la necesidad de hacerlo, ellos no querían.

Pero me lo merecía, supongo. Nunca les di explicaciones cuando me fui a Los Ángeles y eso es algo que siempre me reprochó mi madre. De todas maneras las cosas ya no podían ir a peor, sino a mejor, ya que la peor parte ya me la había quitado de encima. Ahora que lo había contado ellos podían hacer lo que quisiesen, porque eso era lo que iba a hacer yo también.

Hice las maletas en cuanto pude y, antes del medio día, Maia pasó a recogernos a Chocolate y a mí.

–Hola, mi niña, ¿cómo estás?– me saludó con un cálido abrazo.

–Por un lado, alivida por habérselo dicho. Pero por el otro muy dolida, Maia. Me están haciendo el vacío– dije, apenada.

–Dales unos días– me miró, comprensiva –Estoy segura de que cuando vean que no estás se van a preocupar y mucho. ¿No les has dicho nada?

–No. Tampoco sé cómo hacerlo. Creo que ya he hecho bastante. Tenías que ver la cara de mi padre– miré al asiento trasero y vi a mi primito pacíficamente durmiendo en su sillita, ajeno a la tristeza que desprendíamos. Le acaricié uno de sus pequeños pies, sin despertarlo y, ese contacto, por pequeño que fuese, me hizo sentir mejor.

–Es el efecto que tienen los bebés– dijo Maia, cambiando de tema cuando se percató mi pequeño gesto hacia el bebé –Da igual por lo que estés pasando que cuando los miras se te curan todos los males.

–Cuánta razón. ¿Sabes, Maia? Estás siendo el mayor apoyo para mí y no te lo puedo agradecer más. De verdad que no sé que haría si no estuvieses. Sé que no lo digo mucho pero te quiero lo que no está escrito. Y a Wolf también– agradecí, con los ojos llorosos. En vez de pasarme el día llorando como había estado haciendo hasta hace una semana tenía que centrarme en la gente que estaba ahí para apoyarme y no en la que no estaba –Y muchas gracias por dejar que Choco y yo nos quedemos con vosotros, no sabía a dónde más ir...

–Ay, corazón. No me digas eso que lloro y no nos conviene porque voy al volante– rió –Nosotros también te queremos. Y no te preocupes que estamos encantados de tener visita. No sois ninguna molestia.

Cuando llegamos a su casa el cachorro y yo nos instalamos en la habitación de invitados y me puse a hacer la comida mientras mi tía le daba el pecho a Wolf. Maia era como una hermana para mí y, aunque no sabía mucho del hombre que la dejó embarazada, sí que tenía la certeza de que era un desgraciado y que él no se merecía a mi tía. Ella nunca mencionaba el tema y, por lo tanto, yo no insistía. Todos necesitamos nuestro espacio y lo entendía mejor que nadie, así que respetaba su silencio ante ese tema.

–¿Cuando te reincorporas al trabajo?

–En dos semanas, pero estoy buscando otro. Necesito más dinero para poder mantener a Wolf– me indicó, estresada.

–Pues ahora que estoy contigo te voy a ayudar a buscarlo. De todas maneras yo también tengo que mirar otro y plantearme qué hacer con los estudios sabiendo que el bebé nacerá en pleno curso.

–Son grandes decisiones, Autumn, por lo que procura tomarlas con calma– me recomendó sabiamente.

–Sí, mami– bromeé.

–Anda que me parezco mucho a la tuya– me siguió el rollo. Tenía razón, no se parecía en nada a mi madre a pesar de ser hermanas. Ella era súper natural, espontánea y dulce, mientras que mi madre era cabezona, juiciosa y difícil de llevar. Lo de cabezona, a parte de decirlo por la experiencia, también lo decía porque en eso había salido a ella.

Después de comer nos pusimos a enviar nuestros currículums a varias entidades. Ella era periodista, por lo que sabía que no tardaría mucho en encontrar algo estable y en lo que no la matasen trabajar. Mientras tanto, yo iba a puestos inferiores al no haber terminado la carrera. Había enviado mi curriculum a supermercados, cines, cafeterías, etc. La verdad era que me valía cualquier cosa.

Se nos hizo de noche en un abrir y cerrar de ojos y aún no me habían llamado mis padres ni escrito ningún mensaje. Se veía que con el cabreo que llevaban no les importaba una mierda dónde estuviese su hija embarazada con 18 años. En cierta manera lo entendía. Cada vez que pensaba que era yo la que pudiese tener una hija que se quedase embarazada tan joven me ponía nerviosa. A saber cómo reaccionaría yo en su lugar. Por eso mismo intenté no tomármelo a lo personal, sino respirar con calma y repetirme que ya me buscarían cuando asimilasen la situación.

Y así fue. Semanas más tardes recibí una llamada que cambiaría, de nuevo, el curso de mi vida, de la de mi bebé y de la de Chocolate.

SEPARADOS ©Onde histórias criam vida. Descubra agora