Llevaba el tercer vaso de cerveza cuando Johana se sentó junto a mí. Me rodeó el cuello con el brazo y me susurró al oído:

—Hay una chica que quiere conocer a Samuel, me dijo que los presentara.

—¿Qué?, ¿quién es?

—Nathaly, ¿te acuerdas?

Asentí. Nunca interactué mucho con ella, así que todo lo que sabía era que era íntima amiga de Johana. Se la pasaban juntas todo el tiempo.

Miré a Samuel, que estaba luchando con su cuarto vaso de cerveza. Arrastraba las palabras y pestañeaba en cámara lenta, y cada vez que daba un sorbo, hacía un gesto de asco, pero insistía en seguir tomando a pesar de que claramente no le gustaba.

Le quité el vaso a medio terminar de las manos y lo jalé hacia mí.

—Oye, borrachín, hay una chica que quiere conocerte, es amiga de Johana.

—¿A mí?, ¿es en serio?

—Sí, en serio, anda, levántate.

—Espera, espera, quiero ir al baño, ¿me acompañas?

Lo ayudé a levantarse cuando vi que se tambaleaba. Su voz sonaba cantarina, como si se estuviese quedando ronco. Me sorprendió ver esa faceta suya, ese Samuel era muy distinto al Samuel centrado y maduro que conocía.

Johana nos indicó el camino hacia el baño de invitados y cuando llegamos, tuve que apoyarlo contra la pared para que dejara de mecerse de un lado a otro como un barco a la deriva.

—Ahí está la puerta, yo te espero aquí.

—Entra conmigo, Eli... Ni siquiera sé dónde está el inodoro. Soy ciego, ¿te acuerdas? Probablemente acabe orinándome en los pantalones antes de encontrarlo.

Chasqueé la lengua, tomándolo del brazo. Sí, lo que decía tenía una pizca de lógica, pero eso no quitaba el hecho de que me iba a sentir terriblemente incómodo.

Lo paré justo frente al inodoro y él comenzó a luchar con sus pantalones de una manera muy chistosa. Apoyó los hombros contra la pared para poder desprender el botón y bajar el cierre, y mientras tanto, se destornillaba de risa, como buen borracho.

—No me estás viendo, ¿no?

—Claro que no —contesté—. Estoy volteado. Apúrate así no haces esperar a Nathaly.

Durante los siguientes minutos, solo escuché el desagradable sonido de su orina golpeando contra el inodoro.

Mientras miraba la puerta muy de cerca me preguntaba si de esto se trataba ser mejores amigos. Creía que solo las chicas entraban juntas al baño hasta que conocí a Samuel.

—Ya acabé.

Me giré en cámara lenta y no pude evitar reírme al ver que nuevamente estaba luchando con sus pantalones.

—Bueno, don Juan borracho, intenta no arrastrar mucho la lengua cuando hables y ten cuidado con lo que dices, ¿está bien?

Él asentía mientras terminaba de lavarse las manos.

—¿Cómo voy a saber si está frente a mí? ¿Y si hago el ridículo? ¿Qué se supone que deba decirle?

Lo tomé de los hombros con gentileza.

—Solo sé tú mismo y todo va a estar bien. Sigue su voz y vas a saber que está frente a ti. A menos que empieces a bailar la bamba encima de la reposera, no creo que hagas el ridículo. Ahora salgamos de este baño antes de que me de claustrofobia.

La subjetividad de la bellezaWhere stories live. Discover now