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He pintado mi departamento

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He pintado mi departamento. El salón con un tono gris muy clarito casi blanco y mi habitación de un turquesa pastel también muy suave que a simple vista podría parecer blanco. Siento que vivo en una casa totalmente distinta a hace dos semanas y eso me alegra y tranquiliza bastante, sinceramente. Incluso he cambiado todo el menaje de mi cocina. El mío se lo he dado a mi hermana. He cambiado mis vasos transparente por unos de colores también semitransparentes, mis cubiertos ahora son negros, al igual que los platos. Ollas nuevas, sartenes nuevas, cazos nuevos...

Hasta le he comprado una cama nueva a Lincoln y un juguete de esos que es como una torre para que lo arañe y deje en paz el sofá cuando no estoy. Me he gastado el dinero que me quedaba para terminar el mes, pero al menos me siento muchísimo mejor. No me preocupo por comprar comida porque tengo la nevera y el congelador lleno. De pizza, principalmente.

Cuando esta mañana he llegado al despacho me he planteado pintarlo también. Pero me he negado en rotundo porque me gusta como está ahora.

Cuando mi jornada laboral termina por hoy, cojo mi mochila y voy a la máquina de café a por un café descafeinado con chocolate.

―Menuda mezcla más rara ―dice Alexander mientras ve como sale el chocolate después del café.

―De verdad, estás en todos sitios ―digo con una leve risa.

―Trabajamos en el mismo sitio, Beth-Anne. Y eso que estás haciendo debería ser un pecado.

―¿Perdona? ―pregunto mientras retiro mi vaso metálico, que siempre llevo encima―. Está delicioso.

―Permíteme dudarlo.

―Mira, toma ―digo mientras lo remuevo con la cucharita de plástico que ha dejado caer la máquina.

Se lo doy a Alexander y él, dudoso, le da un trago. Se lame los labios tras probarlo, me devuelve el vaso y pone una mueca pensativa.

―No está mal, pero los prefiero por separado.

Yo ruedo los ojos.

―Qué mal gusto.

―El tuyo. ―Me guiña un ojo―. ¿Dónde vas?

―Ahora voy a la librería de la señora Martin hasta que me eche de allí.

―¿Puedo venir contigo?

―¿Venir conmigo? ―murmuro mirándolo―. Voy a leer.

―Si no quieres, no pasa nada ―dice con una leve sonrisa.

―No, sí, no me importa que vengas. Pero no esperes que te dé conversación porque voy a estar leyendo...

―Ningún problema.

Y, dicho eso, me sigue hacia la salida. Esto es un poco raro, la verdad.

―Oye ―dice mientras cruzamos la calle―, ¿por qué hay tantos post-it en tu despacho?

IMPULSIVE ©Where stories live. Discover now