#2: El pez grande se come al chico

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Vivir y trabajar en el mismo barrio era bastante cómodo. En la misma calle, más que cómodo. En el mismo edificio... Todo eran ventajas.

El día en que al fin encontré un piso sencillo a buen precio y además justo encima de donde acababa de conseguir trabajo no cabía en mí de gozo, nada más salir de la librería solo tenía que caminar un par de metros para abrir la puerta del portal, subir dos escaleras y ahí estaba mi hogar independiente, con un anciano del que no conocía nada más que el nombre (y gracias a que lo ponía en los buzones de la entrada) en el bajo y dos jóvenes algo más mayores que yo encima de mí. Era un bloque acogedor, pequeño y tranquilo, solo vivíamos nosotros y en los cuatro años que llevaba allí nunca había tenido problemas, más allá de algún que otro roce con el omega de arriba, un ruso que compartía el piso con un beta de largos cabellos blancos y del que nunca terminaba de fiarme, ni de él ni del otro, eran amables pero raros, como si siempre tuviesen segundas intenciones con todo lo que hacían y decían.

Yo me había criado en una familia que era de todo menos retrógrada, así que el hecho de que aquel ruso fuese gay, es decir que le gustasen los omegas, no me parecía nada extraño... Hasta que empezó a insistir en "ayudarme" cada vez que entraba en celo, cosa que su compañero no se molestaba en evitar alegando que Fyodor Dostoyevsky "había nacido para tener al mundo entero a sus pies y quien osase llevarle la contraria acabaría muy mal". La misma regla podía aplicar para Shibusawa Tatsuhiko, eran un par de tíos muy raros con preocupantes delirios de grandeza, el albino por el hecho de ser un miembro activo de un laboratorio de la ciudad y el pelinegro... Pues por ser como era, nunca alardeaba de su don para el violoncelo, que de vez en cuando tocaba inundando el edificio con su música; tampoco parecía estar orgulloso de su trabajo como vigilante de seguridad en el banco central, y eso que a él nunca se le escapaba nada y cada intento de robo que destapaba iba directo a las noticias, era el "Ojo de Dios" según la prensa y sus propios jefes.

Para mí, eran dos demonios con lindos rostros, nada más.

Tras tomarme el doble de supresores de lo normal en el desayuno, vestirme y arreglarme, me asomé despacio a mi rellano para poder escuchar si ya se habían marchado aquellos dos a trabajar. A veces salían al mismo tiempo que yo, así que cada vez que entraba en celo prefería no cruzarme con ninguno, sobre todo con Fyodor, puesto que al ser omega sabía detectar el olor del celo suprimido como un maldito sabueso, y por suerte para mí el silencio reinaba en el edificio.

Cerré la puerta con llave, agarré mi bolso y bajé los escalones de dos en dos, mirando como siempre de reojo la puerta de Natsume Soseki, el anciano al que nunca había visto en persona y del que algunas veces hasta sospeché que había fallecido sin que nadie se enterara, aunque como si pudiese leerme la mente, cada vez que pensaba eso con horror hacía algún ruido: tazas, sillones, la tele, los grifos... "Sigo aquí", parecía decir.

- Hola, jefe.

- Que no me llames jefe- gruñó Chuuya, y yo le saqué la lengua burlona a sabiendas de que no le gustaba esa formalidad... Aunque el contrato dictaminase que lo era-. ¿Preparada?

- No, la verdad, me forcé a desayunar porque estaba tan nerviosa que me estaba hasta mareando.

- Cálmate, loca, no querrás estar desmayada cuando llegue tu príncipe azul.

- No lo digas muy alto, me va a dar algo en cualquier momento- sacudí las manos ante mi cara para abanicarme, empezando a sacar mis desastrosas dotes de actriz dramática-. Si ves que mi cuerpo no responde déjame, que habré llegado al cielo.

- Te tiraré un cubo de agua encima por idiota.

- Cuánto amor desde tan temprano.

- Sé de algo que va a animarte- sonrió de lado, sacando su móvil y poniendo una canción que ambos conocíamos muy bien justo a la mitad.

Flawless Fate (Omegaverse)Where stories live. Discover now