Campo minado

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Golpes secos y gruñidos bestiales corrían por el aire hasta los oídos de los espectadores misteriosos, observaban impresionados la cantidad de bestias reunidas, buscando destruirse las unas con las otras. En sus ojos la llama era evidente, la sangre les hervía y pedían como requisito la vida que esa guerra requería. El suelo comenzó a teñirse de un rojo carmín y cuerpos que yacían ante el paso de los guerreros.

-Esto es horrible.-Musitó Rin horrorizada.

Permanecían tras aquellas rocas evitando ser vistos por los grandes demonios, se percataron de algo.

-Miren, esa parte del ejército no se movió ni un centímetro.-Dijo Miroku y todos giraron su cabeza, sobre la colina una masa de guerreros permanecía de pie mirando la lucha encarnizada sin la menor pizca de participar en ella.

-Están siendo controlados.-Dijo Oyuki.

El silencio reinaba entre esas filas de demonios petrificados, solo miraban con una mirada perdida el lugar, como si estuvieran aturdidos.

-¡Ataquen al Lord!-Se escuchó el rugir de la mujer arácnido.

Cientos de soldados reaccionaron ante la orden y con la misma marcialidad de antes se dirigieron al gran can blanco. Parecía una tarea inútil, el enorme animal agarraba 50 hombres entre sus fauces y arrojaba 20 con las patas, ¿de qué se trataba eso?

Pero la masa de demonios parecía multiplicarse sin importar cuantas partes de cuerpo volasen por todos lados, como si fueran hormigas, no, mejor dicho, como si fueras unas espantosas arañas comenzaron a subir por el cuerpo del animal demoniaco. Su blanquecino pelaje se fue cubriendo poco a poco de puntos negros que lo invadieron hasta que se iba perdiendo en el mar de demonios. Rin se angustió de sobremanera y su corazón desbocado le decía que tenía que hacer algo, ella no dudaba de la gran fuerza del demonio pero en su cabeza brotaba la duda ¿Y si esta vez no salía con vida? ¿Y si esas cosas en verdad le hacían daño? No podía permitirlo. Todo el grupo apretó los dientes, ¿en verdad sería el fin del gran demonio? ¡NO! Pero los orbes rojos fueron cubiertos por la misma cantidad de demonios. Incluso Inuyasha tragó una bocanada de aire.

-¡Cuidado!-Un grito salió de sus labios y Rin se levantó dirigiéndose hacia el campo de batalla, la misma chispa brincó en todos e igualmente se levantaron pronto en armas y corrieron a socorrer al gran demonio.

No, no puedes irte y dejarme este hueco en el corazón.

Pensaba la joven mientras desenvainaba sus cuchillas tras su espalda.

El hiraikotsu arrasó con decenas de demonios, pergaminos santificados desaparecieron a los mudos guerreros mientras se veía el camino destruido que el viento cortante que Tessaiga había dejado.

Mientras tanto Oyuki en su forma de zorro gigante llevaba a cuestas a la sacerdotisa y ambas seguían de cerca a Rin, varias flechas derritieron la existencia de los manipulados demonios.

Kagome en su interior se sentía un poco culpable, esos demonios probablemente ni siquiera tenían deseos de pelear, sus cuerpos perecían mientras sus mentes gritaban y suplicaban con libertad. Probablemente...

Un gas color púrpura se extendió hacia Rin y esta agradeció llevar puesta su máscara. Pero ante la imposibilidad de ver claramente no previó que un demonio cerdo estaba a poco metros dispuesto a partirla en dos con su gigantesca hacha.

A pesar de eso la humana jamás se percató, detrás de ella se escuchó como alguien cortaba algo y enseguida un brazo la sacó de la nube de gas venenoso.

-Su alteza ¿qué está haciendo aquí?-Preguntó un soldado con la voz agitada.

Rin no alcanzó a responder pues ante ellos un pequeño grupo llegó Oyuki con Kagome seguidas de cerca por una pequeña cuadrilla de soldados.

Estaciones de una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora