Sonrisa

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El sol resplandecía sobre el Sengoku, un nuevo día de labores comenzaba. Los aldeanos salían de sus casas temprano, todos se saludaban entre ellos, se respiraba un aire de paz. En lo alto de una colina, aún lado del gran santuario se podía ver una casa muy particular.

-¡Muchachos... El desayuno!.-Exclamó Kagome, antes de terminar la frase un demonio perro y su hijo estaban ya sentados en el kotatsu esperando los alimentos de cada día.

-¿Rin, aún no ha despertado?.-Preguntó la muchacha quien comenzaba a servir.

-¡Ya estoy aquí!.-Exclamó la mencionada que se asomaba por la puerta corrediza.

-El desayuno está listo. ¿Qué tal dormiste, mejor?.-Le sirvió el desayuno y se sentaron las dos juntas.

-Si, mucho mejor. Gracias.-Le dijo sonriente. Era verdad, la noche anterior había tenido pesadillas sobre su señor y la ahora nueva noticia que tendría que darle.

-...Y salió de paseo con Shippo.-Concluyó Inuyasha, pero notó que Rin no le había prestado atención.

-¡Lo siento! ¿Qué decía joven Inuyasha?.-Exclamó avergonzada, Inuyasha solo bufó.

-Que Oyuki salió de paseo con Shippo.

La razón por la que la kitsune le había tomado mucho cariño al pequeño zorro era por la semejanza de sus historias y vidas, ella siempre terminaba con una sonrisa enternecida después de estar con el niño. Rin pensaba esto mientras le daba un sorbo a su té, Kagome habló.

-Rin, ya hoy se cumplen dos semanas desde que llegaste, probablemente Sesshomaru llegue hoy...

Casi devuelve el té de un jalón, evitándolo al final.

-Cof cof... ¡Oh, vaya!...-Solo alcanzó a decir eso.

-No creo que sea impuntual con el amor de su vida.-Río Kagome mientras Inuyasha hacía una mueca extraña por el sobrenombre. Inutenshi ignoraba la escena, simplemente se limitaba a seguir degustando sus alimentos, una vez hubo terminado su madre le dedicó una mirada sin que los demás se percataran y le guiño un ojo, su hijo pareció recordar algo y una de sus orejas negras se levantó.

-¡Ya recordé!.-Exclamó y ante la mirada de todos corrió hacía su habitación. Kagome solo sonrió satisfecha, algo había tramado.

-¿Qué le pasa al enano?.-Preguntó su papá mientras se rascaba la cabeza. Unos segundo después el pequeño llegó con un paquete donde parecía envolver algo. Se acercó a la más joven.

-Señorita Rin, mire... Mi madre me ayudó a escogerlo.

Rin tomó el paquete entre sus manos y lo abrió; era un peluche, lo tomó y lo observó mejor, estaba hecho de tela blanca, tenía cuatro patas y unas orejas largas al igual que su cola, río por lo bajo; le recordaba a su señor cuando tomaba su forma verdadera de perro gigante.

-Muchas gracias Inutenshi.-Enseguida le dio un tierno beso y el niño se sonrojó.

La mañana corrió de la manera más lenta para Rin, sentía que el día iba a ser eterno. En su interior quería que su amo llegase y volver a estar con él, pero también tenía deseos de seguir quedándose con su familia, cada día siempre era más divertido que el anterior y aún no había programado las palabras que le daría su señor sobre su nuevo estado. Ese día todos tenían labores que cumplir pero la verdad es que no se sentía con la mejor disposición para salir. Fue al famoso claro a las afuera de la aldea. Se sentó en césped y observaba el paisaje. Ah-Un llegó a su encuentro y se recostó a su lado, comenzó a acariciarle el lomo mientras el dragón ronroneaba.

-Oh Kami... Dame las fuerzas.-Se dijo, se tranquilizó cuando volvió a ver el paquete en sus manos, acarició la caja de una manera tan delicada, era señal de la nueva etapa que iba a parecía increíble como el tiempo pasaba tan rápido, miraba el claro donde tantas veces fueron los encuentros más afectivos con su amado.

Estaciones de una vidaWhere stories live. Discover now