Un silencio se abrió paso rápidamente entre todo el alumnado, para dejar lugar a las pisadas rítmicas que tenía "el director", al cruzar el comedor rumbo a su lugar. Iban al mismo ritmo que los segundos del reloj. Alguien que le conociera en profundidad, se daría cuenta que la cantidad de pasos hasta su lugar en la mesa era de ochenta segundos. Por lo que contar ochenta pasos era el entretenimiento de muchos mientras aguardaban que cruzara el pasillo. Solía ser tan rutinaria.

Ésa ocasión pareció ser la excepción. Muy pocas veces solía detenerse y cortar la sincronización de su autoritaria caminata. Y siempre, como casualidad predestinada, se detenía en el mismo lugar, entre las mismas personas. Entre Alexander, André, Leopold y Elián, al cual le inyectó su gélida mirada en busca de una retribución, que no halló.

Tanto Leopold como André estaban dándole la espalda, por lo que se giraron para observar el por qué de la extraña reacción en el rostro de sus amigos. Ella llevaba algo entre sus manos. No el bastón que utilizaba como una especie de cetro de su reinado escolar. Llevaba un pastel de cumpleaños, decorado pomposamente como una estampa. De colores suaves y podríase considerar femeninos. Alexander tragó saliva, espantado, y su cuerpo se volvió de frío mármol.

—¿Q-qué es esto, madre?

La mujer, deslizó sus ojos desde el otro joven hasta su hijo, mirándole con evidente e incompresible desprecio. Y como arte de magia, su mirada se ablandó a tal punto que sus labios se curvaron en una sonrisa de sincera alegría, y casi tan distorsionada como las que solía esbozar Elián cuando lo hacía.

—Me ha parecido bien, darle a Alexander un pastel por su aniversario de cumpleaños —respondió con solemnidad.

Alena tembló por dentro. No era el cumpleaños de Alexander, sino el de Alena. Realmente era su cumpleaños, pero lo había callado porque en Storm Hill ella no era ella misma... sino su hermano. Y la directora estaba jugando con la posibilidad de que se sintiese una mujer a pesar de querer negarlo a toda costa solo para que Elián y el resto del colegio no la descubrieran. Sintió ganas de vomitar. Pero ella le hacía una sonrisa que era imposible evitar, de dientes siniestros y gestos espontáneos y disonantes con su personalidad.

La mirada de Leopold Frank vagó incrédulamente de una persona a otra. Estrechó tanto sus filosos ojos azules que no se veían. Su pecho se acongojó de una mezcla de nervios y extrañeza desconocida, pues nunca en sus diecisiete años de vida, su madre, había dejado que él festejara un cumpleaños en el colegio, jamás le llevó un regalo pues consideraba la austeridad una virtud de la enseñanza propia de Storm. La bandeja estaba entre él y André, se veía la velita encendida, y el aroma dulce los envolvía y tentaba, como un sabor prohibido y negado. El muchacho apretó sus puños, y antes de que se diese cuenta de su reacción, antes de medir su actitud, se puso de pie levantando de un manoteo la bandeja en el aire, que terminó con la postura baja de Käthe Beckerle Frank, y la bandeja con su contenido estrellado en piso, lo que atrajo la mirada y la atención de todos los alumnos, que se mantuvieron en riguroso silencio.

Su madre, se mordió el labio con rabia apretada, y no dijo nada, pero echaba humo por las fosas nasales, como un dragón. Su hijo le desafió con la mirada, poniéndose a su altura, con apostura, erguido. Y luego se marchó del refectorio, a grandes zancadas. Bajo la tentación de murmullo de los demás estudiantes.

Nadie dijo nada.

—Siento que se haya arruinado, Alexander... —comentó la directora, meneando la cabeza. Y le hizo la seña a un empleado para que recogiera el desastre.

—Eh... no pasa nada —se limitó a responder, avergonzado y sintiendo la mirada de André y Elián sobre ella.

"El Director", se alejó hasta su lugar, y el incidente transcurrió entre voces de silencio.

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Where stories live. Discover now