Capítulo 1

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A las 11 el Director del colegio cortaría las clases para hacer un anuncio en el gimnasio

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A las 11 el Director del colegio cortaría las clases para hacer un anuncio en el gimnasio. Era una fría y brumosa mañana de noviembre. A través de los cristales del aula del colegio se podían distinguir manchones grises y verdosos que dejaban adivinar los edificios del pueblo de Waldorff y la vegetación boscosa que ascendía por las montañas. Alena Bizancio trazó el contorno de un edificio sobre el vidrio empañado, y suspiró con melancolía. Prefería cualquier sitio antes que estar ahí, somnolienta y aburrida.

Su amiga Giovanna, de repente, le asestó un codazo bajo el pupitre, para sacarla de su estado de sopor. Le señaló a alguien en la puerta del aula.

—Te está mirando —cuchicheó emocionada.

Un chico estaba parado en el corredor espiando hacia adentro, y concretamente hacia donde estaban ellas. Tenía una mirada intensa, como un romántico empedernido. Alena se sonrojó y volteó nuevamente hacia el ventanal.

—Tonta, salúdalo.

Le hizo un pequeño gesto con la mano y después disimuló que estaba escribiendo algo en su cuaderno, pero solo dibujó unos torpes garabatos.

—Es lindo —comentó sin prestarle atención—, pero no son ellos.

—No, es tu ex. Y se ve que todavía le gustas.

Giova rodó los ojos y también levantó su vista hacia la cima. Allá, en las alturas, se elevaba un antiguo monasterio medieval reconvertido en uno de los más selectos internados masculinos, que escondía entre sus muros a un grupo de internos de los que —se decía—, pertenecían a los círculos sociales más exclusivos de Europa.

Ellos, como todos los llamaban para diferenciarlos del pueblo, bajaban a Waldorff algunos fines de semana, en pequeños grupos, enfundados en elegantes trajes con el escudo de su colegio, como señores y duques de la más alta nobleza. Se esparcían por los bares y hoteles llenos de altanería, y al finalizar el domingo, regresaban en caravana, dejando una estela de soberbia clasista a su paso. Así se mostraban los estudiantes de Storm Hill.

Una voz sacó de sus ensueños a Alena.

—Bizancio —la oyó decir, y al levantar la mirada, se chocó con los furiosos ojos de la docente, mucho más intimidantes con sus gafas puestas—. ¿Otra vez tengo que pescarte distraída?

La clase festejó el comentario con una carcajada general, y ella se ruborizó avergonzada.

—Lo siento.

—Alena —repitió la profesora, con un tono de voz más comprensivo—. Tus notas no se subirán solas para el final del periodo. Tienes que poner algo de dedicación. Pero no puedo ser condescendiente contigo cada vez que te pillo observando el «paisaje» de Storm.

—¿Y qué puedo hacer para enmendarlo?

—Los libros no muerden. Podrías probar estudiando.

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora