Capítulo 15

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Un rato después, Leopold se detuvo íntegramente agitado, abrazándose a un árbol, cuesta arriba

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Un rato después, Leopold se detuvo íntegramente agitado, abrazándose a un árbol, cuesta arriba. Su piel estaba enrojecida por el frío y ajada. Su cuerpo delgado abrigado con su sobretodo del colegio temblaba con rabia. Era capaz de odiar el mundo por lo que era. Una y otra vez en su mente se repetía la escena que acababa de vivir. El novato saliendo por la puerta de la casa de Giovanna. ¡De ella, de su chica! Rasguñó la corteza áspera, lastimándose, pero no fue capaz de sentir el dolor de aquello.

Estaba seguro de que cuando lo viese el lunes por la mañana, no podría contenerse de golpearlo hasta que muriera. Iba a matarlo, a la vista de todos. ¿Ése era el secreto que él sabía que escondía dentro del colegio? Aunque Alexander parecía tan sorprendido como él. ¿Acaso la culpa la tenía ella?

Quizá Giovanna estaba jugando consigo desde hace mucho tiempo. Si apenas se podían acercar el uno al otro, y se amaban desde la distancia emocional, porque en sí físicamente, estaban muchas veces cerca el uno del otro, y hacían mil malabares para encontrarse sin que a él lo vieran. Absolutamente, se sentía el responsable de haberla perdido, por el conservadurismo de su colegio, en primer lugar, y ni hablar del de su propia madre que impedía esa relación a sus ojos desagradable a toda costa.

Necesitaba alejarse de Walddorf, necesitaba huir de Storm, quería evadir esos kilómetros que hacían de su vida un infierno. Pero... ¿a dónde iría? No tenía ningún lugar al cual escapar, no tenía un padre que viviera lejos. Solo existía su madre, su autoritaria madre, que le diría cuando lo viese "¿No te lo dije? Son todas iguales".

La adrenalina de su enfermiza rabia le había conducido con velocidad hasta el paredón donde siempre trepaba para salir al mundo. Sin quererlo, se había deslizado en tiempo record hasta la Cima.

Cuando hubo escalado los muros, de unos cinco metros de altura, a través de una antigua enredadera que tenía pequeños troncos incrustados en el húmedo ladrillo, musgo verdoso que teñía de colores del bosque el tono de éstos, espinas que astillaban sus manos de forma sacrificada cada vez que entraba o salía para verse con Giovanna, y fría nieve que se acumulaba lentamente en cada rincón —tantas metáforas escondidas de sufrimiento conllevaba ese paredón alto— se detuvo en lo alto a pensar en esas escaladas nocturnas, y aquellos pequeños peligros que Leopold estaba enfrentando en cada ocasión que bajaba, transgrediendo las reglas del Internado, la autoridad de su madre, el orgullo de su clase social, la bajeza de su amor, y de lo que era capaz de hacer por él, sin que nada más importase en el mundo.

Porque nada más que eso importaba en el mundo, sin el amor de Giovanna, Leopold no se sentía vivo. 

Incluso miró hacia el suelo, sopesando una inquietud que se abría ante sus ojos como una bienvenida novedad, pensó en arrojarse directamente al vacío, mientras su mente se cerraba y estrechaba tentadoramente ante la reveladora idea, bloqueándole cualquier otra posibilidad de meditar algo más racional.

Nadie en ese lugar podía sentirse peor que él en ese momento. Sus zapatos podían resbalar claramente con facilidad, y nadie detendría la colisión de su cabeza contra las piedras del suelo. Acabaría desesperadamente con ese dolor aterrador que le causaba Giovanna Esaguy en su alma, imposibilitándole pensar. Solo vio su imagen y la de él... la de Alexander Bizancio, el maldito novato, y la asquerosa imagen de ellos dos acostados entre caricias le revolvió el estómago de forma enfermiza. Se preparó mentalmente para caer, y acabar con aquella desesperación, y cerró los ojos, tragó saliva y escuchó el silbido helado del viento en sus oídos por última vez, antes de morir.

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Where stories live. Discover now