Capítulo 4

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Eran apenas unas escasas horas del nuevo día, cuando los débiles reflejos del sol invernal atravesaron los cristales de la habitación, Alexander estaba profundamente dormido aún, tendido boca abajo, y apenas cubierto con la manta y su camiseta

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Eran apenas unas escasas horas del nuevo día, cuando los débiles reflejos del sol invernal atravesaron los cristales de la habitación, Alexander estaba profundamente dormido aún, tendido boca abajo, y apenas cubierto con la manta y su camiseta. Su cabello se veía despeinado y desprolijo, sus pestañas negras formaban un marco grueso que cubría sus ojos cerrados. Se veía cansado. Quizá las emociones del primer día de clase le habrían quitado toda energía.

André lo observaba desde su cama, con un inusual interés por su nuevo compañero de habitación. Tenía rasgos delicados, y la piel blanca y pálida, con algunos diminutos lunares que manchaban apenas su rostro y sus manos. Ni siquiera hacía ruido al dormir, era como un ronroneo suave y melodioso, que no molestaba. Como un rayo cruzó a través de su mente cuando le dijo que era un secreto lo que quería para su futuro. ¿Qué ideas o qué metas albergaba Alex? Debían de ser grandiosas, puesto que su Curriculum escolar era demasiado admirable. Solo que así, dormido y en paz, se veía tan... normal. No parecía un prodigio. Sin los lentes se le definían mejor las finas líneas del rostro, como pinceladas sutiles. Era hermoso y bello como un ángel de la guarda cincelado en piedra.

Tenía ganas de tocarlo, una caricia leve sobre la mejilla, solo para descubrir si el vello del rostro no salía por capricho o porque se rasuraba. Se acercó con sutileza a la cama de su compañero y dirigió su mano al cabello liso de su cabeza.

"Está húmedo", pensó al palparlo, no recordaba la visita a las duchas en el día anterior. Quitó la mano con velocidad cuando la puerta sonó con insistencia, y Alex se arremoló en su cama sin despertarse, volteándose hacia el lado de la ventana.

Con el corazón desbocado, y relajando los músculos del rostro, André giró la llave y abrió la puerta.

—Hasta que por fin abres.

—¿Buenos días, Leopold? —preguntó André haciéndose a un lado —¿Se puede saber que te trae a mi habitación?

—Qué recibimiento, mi querido amigo. Mi motivo está frente a mis ojos —señaló a Alexander que dormía sin darse por enterado, sumido profundamente en el sueño de morfeo.

—¿Qué buscas con Alex, no intentarás molestarlo como a todos los nuevos alumnos? ¡Te lo prohíbo!

Leopold Frank soltó un bufido. Si no fuera porque era el amigo de André desde que comenzaron el secundario en Storm, le hubiera corrido a patadas de la habitación. Se acercó peligrosamente a Alex quien ni se inmutó, y lo examinó como si se tratara de un cadáver en clase de anatomía. Prestó atención a los detalles de su rostro, a su calma, y decidió al cabo de un rato con la nariz fruncida:

—No me gusta este chico.

André se sobresaltó.

—¿En qué basas tu fundamento?

—Intuición.

—Dejame recordarte que pensabas lo mismo de Elián, cuando llegó aquí, y la intuición no te sirvió de mucho. Y ya ves que es uno de nuestros mejores amigos —susurró —Vas a despertarlo.

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora