T R E N T U N O

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Sentía a todo el mundo mirándolo —aún si no fuera así—. Pero es que, pensaba que todas las miradas estaban sobre de él. Como si todos lo juzgaran, como si todo el mundo hubiera visto lo que él hizo; el pecado que cometió.

Habían pasado dos días, aunque pareciese que hubieran pasado tan sólo dos horas. ¿Era así como funcionaba todo aquello? ¿El peso del pecado era tan grato que hacía que el tiempo fuera más lento? Porque así lo sentía, cada segundo era eterno, cada segundo pesaba más y, cada segundo, se sentía juzgado.

¿Era siempre así?

No podía dejar de sentir que todos en el Vaticano lo señalaban y lo miraban. Que, de alguna forma, ellos sabían.

O tal vez solo era producto de su paranoia.

Aunque, Donato si lo estaba mirando. Pero claro que era así, después de todo, él no dejaba de pensar que algo le había sucedido a su amigo después de aquel viaje. Sabía que Alessandro era serio, pero desde que habían regresado hace unas horas, lo notaba más serio y mucho más callado que de costumbre. Estaba serio y, su mirada, aquellos ojos tan bonitos que había llegado a querer, miraban alrededor temerosos. Pero, ¿temerosos de qué?

Lo que nadie sabía, es que Alex no solo estaba asustado, también estaba un poco... emocionado. Y siguió la misma sensación, hasta que el muchacho pudo ir en paz a su lugar común: el confesionario.

Los días que tuvo en Venecia estarán marcados en su memoria de por vida. Había tenido aventura, nuevas experiencias, nuevos recuerdos y, pecado. Mucho pecado. Había comentado una ofensa, algo malo. Por eso, ahora se sentía a salvo. A salvo de todas las miradas que sentía encima, a salvo del juzgar de la gente y de Dios. A salvo... de todo.

De todo menos de sus propios pensamientos.

No paraba de pensar en sus acciones, en aquello que lo llevó a estar asustado y lleno de incertidumbre; pero también había algo más.

En el silencio y soledad de su confesionario, se llevó la mano derecha a sus labios y los palpo ligeramente. Seguían siendo suyos, seguían teniendo la misma textura y seguían teniendo la misma textura. Todo se sentía igual al tacto, pero más allá de ello —dentro de ellos— se sentía diferente. Muy diferente.

Así que no pudo evitar, volver a aquel día...

[•••]

Sentía el pulso acelerado.

Se preguntó una y otra vez si lo que acababa de escuchar era real, si su mente no le jugó una broma de mal gusto e hizo que las palabras se escucharan diferentes. Tal vez era eso y solo estaba malinterpretándolo.

O tal vez no.

Ella estaba ahí, bellísima, angelical y, un poco achispada. Tal vez fue el alcohol en sus venas lo que hablo por ella.

O tal vez no.

Aquel tirante seguía desacomodado. Su piel seguía exhibida. Sus labios se veían suavísimos y húmedos. Todo en ella, se caía deseable.

Sacudió su cabeza.

Y aún así, aún cuando estaba buscando claridad, no la encontró. Porque, su claridad era ella. No importaba cuanto lo negara o cuanto tratara de no hacerlo, lo deseaba. Ese sentimiento de anhelo estaba ahí, clavado profundamente como una espina dentro de su palma. Lastimaba, sí, pero era una sensación bienvenida.

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