C I N Q U A N T U N O

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Alessandro lo escucho fuerte y claro, pero aún así, tembló.

Un sacerdote iba a ser confesado por sus pecados.

¡UN SACERDOTE!

Él, que predicaba la palabra de Dios al derecho y al revés, había caído en los pozos más profundos del infierno y había caído en el lado contrario de son se suponía que debía de estar.

Él, que había estado de rodillas recibiendo la consagración y la gracia del señor, ahora debía ser excomulgado de sus pecados en una confesión.

Donato, le volvió a repetir.—Ave María purísima.

Fue tan delicado. Tan paciente, que no tuvo otra opción.

Con un nudo en la garganta, Alex, respondió.

—Sin pecado concebida.

Donato asintió.—Confiésame tus pecados.

Alessandro alejó su mirada de él y la fijó en algún punto muerto detrás.—No juzguen, y no se les juzgará. No condenen, y no se les condenará. Perdonen, y se les perdonará.—Cito el versículo de memoria—. Juzgue a las personas que iban a confesar sus pecados y seré juzgado. Condene a la vida fuera de mi hogar y ahora seré condenado. Perdone muchos pecados con penitencia, ¿pero lo seré yo?—Pregunto.

—Lucas 6:37, habla sobre el perdón y la redención. ¿Por que pides perdón, Alex? ¿Qué es lo que debes redimir tan fuertemente que te has hecho daño?

La mirada gris del muchacho regresó de golpe a su amigo.

—Pido perdón por alejarme del camino de Dios, pido perdón por haberme enamorado aun cuando mi corazón debería de estar en mi fe y en mi iglesia. Y pido perdón, por haber desnudado mi cuerpo y mi alma a alguien más que a Dios, mi señor. He fallado, necesito el dolor, necesito sentir un castigo para saber que soy perdonado. Cristo pago por nuestros pecados con su sangre, yo necesito pagar por los míos con mi propia sangre.

Donato lo escucho de forma atenta y, aún así, se sorprendió de sus palabras.

Su amigo..., su bello e inocente amigo, pensaba en pagar con su sangre. ¿Cómo de tonto era aquello?

Pedía perdón por haberse enamorado. Algo tan mundano y común, lo había hecho indigno de si mismo. ¿Cómo era posible?

Todos merecían amor.

Un amor de padres y madres, un amor de hermanos y hermanas. Un amor del prójimo.

Donato no podría decirle aquello con palabras comunes. Su aprendizaje en vivir era tan fresco, que si le decía cualquier cosa, podría confundirlo y pasarlo de largo. Debía de encontrar la forma de hacerle ver a su amigo, que de hecho, merecía ser amado y amar. Pero también, debía amarse a sí mismo. Él no era un pecado. Y que él amara a alguien más que a Dios, tampoco lo era.

¡¿Cuándo se iba a dar cuenta de que él, de entre todos, era más como un milagro?!

Amaba a su amigo, tanto como hermano a como un chico. Amaba a Alex como un hombre, lo deseaba. ¿Pero no sería egoísta de su parte alejarlo de aquello que amaba y deseaba por su propia voluntad?

Le gustaba Alessandro. ¡Lo amaba tanto que estaba arriesgando su vida para ponerlo a salvo!

Y, un acto de amor, es liderarlo hacia aquello que él amaba.

Con un suspiro, se concentró en buscar las palabras perfectas, hasta que lo encontró.

Dos son mejores que uno, porque tienen un buen rendimiento en su trabajo: si alguno de ellos se cae, uno puede ayudar al otro. Pero ten piedad de quien se cae y no tiene a nadie que los ayude a levantarse. Además, si dos se acuestan juntos, se mantendrán calientes bajo el invierno. ¿Pero, cómo se calentará uno solo en el frío?—Cito de forma tranquila esperando la reacción de su amigo.

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