C I N Q U A N T A S E I

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En lo profundo de un jardín oscuro en aquella mansión, había dos jóvenes disfrazados besándose en una esquina muy escondida. Una piel suavísima acariciaba con delicadeza un muslo suave de forma lenta y llena de sentimiento. La muchacha en sus brazos se erizaba allá donde quiera que la tocara y, pequeñísimos escalofríos la recorrían todo el cuerpo como fuegos artificiales.

—Deberíamos entrar—dijo entre suspiros el muchacho sin parar de besarla.

—No, solo sigue besándome, por favor.

Él le dio lo que pedia. De forma suavísima regreso a ella, dejando pequeños mordisco en sus labios que la volvían loca, estaba demasiado excitado para darse cuenta que adentro en la fiesta, todos estaban demasiado asustados con la aparición de varios hombres grandes y armados.

Ellos estaban sumidos en su propio mundo, alejados de todo y todos, lleno de si mismos y enamorados.

El peso del relicario en el pecho de Alex cada vez se sentía más, era como un recordatorio cerca de su corazón de aquella mujer que tenia en sus brazos, un recuerdo de que ella lo amaba de la misma intensidad que él a ella. Sabia que sin lugar a dudas él haría lo que fuera por ella, dejaría su fé, dejaría sus creencias, iría a donde ella le pidiera sin dudarlo. Bajaría al infierno y, si ella se lo pedia, renunciaría a su vida misma,

La amaba, no había duda de ello.

Es por eso que si ella le pedia que siguiera besándola, eso haría. Si ella ke dijera que allí mismo se desnudaran, lo haría.

Lo que sea que ella quisiera y pidiera.

Lentamente el beso se hizo lento, delicado..., dulce.

—Bien, supongo que deberíamos de entrar antes de que ellos nos empiecen a busca—Dijo la muchacha suspirando cansinamente.

Alex sonrió. —Deberíamos ser un poco más sociables y después escaparnos a nuestro pequeño mundo en la habitación.

Gianna sonrió y asintió.

De forma pausada calmaron sus acelerados corazones hasta que eran de nuevo personas tranquilas, recuperaron la tranquilidad y volvieron a recomponer sus disfraces.

La muchacha miro a Alessandro en aquel traje costoso y sus ojos clarísimos dentro de aquel pozo negro llamado antifaz y no dudo en sentirse maravillosa. ¿Quien diría que de entre todas las personas él la elegiría a ella? Alessandro que eran tan bello, tan delicado y tan maravilloso por dentro y por fuera, la había querido a ella y solo a ella. No se deslumbro con las bellezas que se encontraban en la fiesta o con su amiga que era una modelo bellísima. Sus ojos — esos tan clarísimos y bellos ojos—, solo la veían a ella y a nadie más.

Si Alessandro se lo pidiese, ella iría a donde él quisiese.

Dejaría su familia, su casa, sus lujo..., y lo seguía sin dudarlo. De repente ya no era su amor por el arte ni por el mundo lo que una vez la fascino, era nada más y nada menos que aquel muchacho bellísimo que había encontrado por casualidad en una pequeña iglesia en la Ciudad del Vaticano. Lo amaba y ella daría su vida por él.

Si un día la aleja de él, moriría.

—No tuve tiempo de agradecerte por esto—corto sus pensamientos el muchacho señalando el guardapelo que le había obsequiado más temprano—. Es muy bonito, debió costar una fortuna.

Gianna se sonrojó ante el cumplido del muchacho y negó.—No fue caro, lo encontré en aquella tienda donde conseguimos los antifaces, solo vi y lo supe, ¿sabes? Era perfecto, como tu.

Alessandro sonrió.

—Pues es bellísimo como tu.

Ambos se miraron embobados y casi regresaban a besarse, hasta que una tos masculina los interrumpió.

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