—¿Qué es eso? —demando saber, señalando por encima de mi hombro los dos folders.

—Por el tono con el que lo preguntas advierto que ya lo sabes —contesta él, críptico.

Solo me enfada más.

—No puedes renunciar —le advierto, escuchando que más ejecutivos comienzan a entrar a la sala.

—¿Por qué no? —Luca se inclina hacia adelante—. Es lo que siempre quisiste.

—¡No seas payaso!

Me acomodo de mejor manera en mi asiento y veo a Rodwell y a los demás ocupar sus respectivos lugares.

—De nuevo madrugaste, Ivanna —me saluda.

—Los extrañaba a todos —digo, sonriente, y Rodwell solo ríe.

Luca, con uno de los fólder en la mano, intenta ponerse de pie y lo detengo.

—¡No!

—Ivanna...

—Siéntate. Luego hablamos.

Deja caer sus hombros.

—Y acerca tu silla un poco más. Te quiero junto a mí —ordeno y hace caso a regañadientes.

Al volver la vista al frente los dos nos percatamos de que Lobo, al tomar su lugar, repara en nosotros. Con buen humor evalúa lo que pasa.

Y le quiero preguntar si se le perdió algo, pero está más atengo a Luca que a mí y este no deja de desafiarlo con la mirada.

Nunca había visto a Luca retando de ese modo a alguien.

—Bienvenidos a una nueva reunión de ejecutivos —anuncia Rodwell—. Vamos a comenzar —Tanto ejecutivos como asistentes terminan de acomodarse en su lugar—. Aguilera, la frase.

Con actitud despreocupada Aguilera se pone de pie y nos saluda a todos sonriente.

—«Yo hago lo que tú no puedes, y tú haces lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer grandes cosas». Madre Teresa de Calcuta.

Hago girar mis ojos mientras el resto aplaude. Cuando sea vicepresidenta cancelaré la maldita frase del inicio.

—Alegría, empieza tú —ordena Rodwell en tanto Sizy, su secretaria, se prepara para empezar a variar la tabla de posiciones, cuyo primer lugar me pertenece.

Uno tras otro los demás ejecutivos, en su mayoría incompetentes, comparten sus «logros». La verdadera competencia es entre Lobo y yo.

Mientras tanto, otra vez atentando contra mis nervios, Luca se «entretiene» abriendo y cerrando el fólder que contiene su carta de renuncia.

—¿Me estás provocando? —mascullo, dejándome caer un poco en mi asiento, a modo de que solo él me escuche.

—No tengo ninguna razón para quedarme —contesta sin dejar de mirar el fólder.

—¿Mantener a tu familia?

—Rodwell pagó nuestra hipoteca...

—Que sorpresa.

Pero para nada lo es.

—Por lo demás, me las puedo arreglar.

—Tienes un buen salario —intento convencerle.

—El dinero no es lo más primordial para todos, Ivanna.

—Estás empezando. Puedes hacer carrera aquí...

—No me interesa hacer carrera aquí —resuelve, tajante, y lo miro—. No aspiro a ocupar ningún cargo alto en esta empresa.

Sé lo que intenta.

El asistente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora