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—¡No puedo creer que hayas estropeado tu vestido!

Aquel fue el primer grito que escuché de mi madre por la mañana, luego de haber encontrado la dichosa prenda perdida y haberla azotado contra mi cuerpo adolorido por encima de las cobijas.

—Te dije que no quería ir. —También fue mi primer reclamo somnoliento después de asomarme entre las cobijas que cubrían parte de mi cabeza; sin lograr tapar mis orbes por completo.

—No es excusa, Hyesuk. Era nuevo.

Bufé regresando a tal cueva hecha por suave algodón que me presionaba a recostar mi anatomía sobre ella, pero mientras esto ocurría, mi mamá había atacado por segunda ocasión.

—No exageres, Daerin —me mofé de la mayor, sacando una risa atarantada que indicaba que el alto grado de alcohol que había ingerido la noche anterior, todavía causaba efecto.

Con lo que no contaba, era con que se quitaría un zapato y esta vez tendría que esquivarlo audazmente antes de quedarme sin un ojo.

—¡Respétame, niña!

—Mamá, por favor —lloriqueé, pidiéndole implícitamente con ojos suplicantes que lo olvidara y saliera de mi alcoba. Por la expresión borrosa que mis orbes podían detectar de su rostro, seguía molesta.

—Eres una exagerada. Debería devolverte —dijo lo último en un claro susurro.

—No me desagrada tu idea. Regrésame con la que viene los lunes, miércoles y viernes.

—¿De quién hablas?

—La cigüeña —respondí. Ella resopló.

—Suk, la que viene los lunes, miércoles y viernes es la señora que conduce el camión de la basura.

—No importa. Hasta la basura se necesita —suspiré colocándome una mano en el corazón cual víctima, a la vez que lograba distinguir un poco más sus aturdidos gestos gracias a mi resaca. Así también, me atreví a preguntar: —¿Por qué me miras así?

—Dramática —masculló finalmente saliendo de mi habitación.

La jovencita desenfrenada que pasaba por la conocida edad de la punzada no existía más. Básicamente, me habían obligado a olvidar aquella etapa, convirtiéndome en principal responsable de una vida solitaria en un país extranjero del cual, antes de tener vida social, pensaba como algo horroroso. La almohada cayó de mis manos seguido de mi cabeza, ya no podía arrojar cosas. No me sentía capaz.

Tomé mi teléfono del velador junto a mi cama, y entre mensajes que no logré descifrar debido a que mis amigos tuvieron la ingeniosa idea de usar el traductor, audios en donde se lamentaban por mi partida y más respuestas sin sentido, caí en otro sueño profundo.

Trece de septiembre.

Esos sueños recurrentes seguían despertándome sobresaltada. Era inquietante el hecho de sentir que alguien susurrase en mi oído con una suave voz. Usualmente, les hacía falta platillos para lograr que mis párpados se despegaran.

Vi el reloj después, confirmando que el domingo me había arrastrado por completo a recuperarme al lado de mis cobijas, y que el sol del lunes estaba por levantarse para acompañarme en mi travesía por lucir como gente otra vez. Tenía escuela.

Me dirigí al baño primero con el fin de deshacerme de todos los desechos acumulados en mi pobre sistema digestivo. Aún adormilada y asegurándome de no dejar ninguna evidencia, entré a la ducha. El agua fría que sentí a continuación hizo que mi sueño o lo que quedaba de él, se esfumara.

¡¿Qué rayos pasó con el agua caliente, madre?!

Tardé pocos minutos gracias a esto. Sequé mi cabello rápidamente y me vestí para bajar a desayunar. Extraño que mis cinco minutos de estiramiento modo babosa en la cama, se hayan tornado en treinta por quedarme revisando el teléfono.

₂₀ᴄᴍ  | Cʜᴏɪ YᴇᴏɴᴊᴜɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora