14. Cómo desenamorarte de tu mejor amigo

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Sebastián y yo habíamos sido invitados al cumpleaños de Daiana. Sospechaba que la noticia de que el cantante del curso estaba soltero ya se había hecho pública. Así que ese mismo sábado, totalmente desorientados sobre qué regalarle a una persona que casi no conocíamos (y que no teníamos interés en conocer), entramos en una tienda de decoración, compramos un espejo decorado con venecitas y al pagar pedimos el ticket por si a Daiana se le ocurría querer cambiarlo.

—No va a cambiar algo en lo que se pueda ver reflejada —bromeé con cierta malevolencia.

—Solo espero que haya maní porque si no me voy a cagar de hambre —dijo él.

A las ocho nos tomamos el colectivo y a las ocho y cuarto llegamos a la casa de nuestra compañera. Era un chalet bastante lindo, con su jardín delantero, su casa para pajaritos y su cochera. Desde afuera se escuchaba el reggaetón.

—Recordame para qué vinimos, Johnny.

—No sé, no me acuerdo, ¿para no quedar mal?

—La vida es demasiado corta como para andar preocupándose por quedar bien.

Creo que simplemente no teníamos otra cosa que hacer.

Nos abrió la puerta el hermano mayor de Daiana, un chico bajo y fornido que vestía una camiseta de River.

—Esteban —se presentó—. La fiesta está en el fondo.

El interior de la casa era tan lindo como el exterior. Los suelos de madera bien lustrados, las paredes impolutas con cuadros de aspecto caro, muebles y sillones que combinaban. Sin embargo, algo faltaba allí. No tardé en darme cuenta: no había biblioteca.

El fondo era el jardín de la casa, con su quincho y su pequeña piscina. Y allí estaba la manada, tal como había dicho el hermano de Daiana. La manada estaba compuesta por los chicos y chicas más populares de nuestro curso, del curso siguiente y sus pares del colegio Beata Cecilia. Éramos más de veinte. Cuando terminé de saludar a todos, ya estaba cansado. Sebastián en cambio, menos tímido que yo, exclamó un amistoso «¡saludo general!» y solo besó en la mejilla a la cumpleañera.

Habíamos acertado con el regalo. El espejo le encantó y se apresuró a llevarlo a su habitación para que no corriera peligro de romperse.

Como en toda reunión constituida por mucha gente, si habían formado pequeños grupos y cada grupo funcionaba de forma independiente. Daiana revoloteaba de grupo en grupo. Estaba linda, vestía unos chupines negros abiertos en las rodillas y un top blanco.

—No hay maní—se lamentó Sebastián.

Pero al menos había papas fritas. Lo que sí había de sobra era cerveza, fernet y Coca-Cola. Y como no nos sentíamos parte de ningún grupo, nos quedamos los dos juntos,charlando de las canciones que la banda de Sebas (que habían llamado Crimson Spell solo para poder imprimir las entradas y los afiches) estaba preparando. Hernán quería tocar más temas de Amberian Dawn que de Nightwish, y Sebastián quería convencerlo decantar al menos una canción de HIM.

—¿Cómo andan, chicos? —nos saludó Gaby. Ella también estaba muy bonita, vestía un short de jean con los bolsillos salidos y una camisa ancha negra con brillitos. Se había recogido su pelo enrulado en un rodete. Dos rulos le caían por la cara, enmarcándola con delicadeza.

—Todo bien, Gaby, ¿vos?

—Sí. Re lindo el espejo que le regalaron a Dai.

—No sabíamos qué regalarle. Qué bueno que le haya gustado.

En ese momento, Daiana se subió a un banquito. Expresó que le parecía que estábamos muy separados. ¿Qué tal si jugábamos algo que pudiera incluirnos a todos?

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